- - ¿Habéis
avisado al albergue de que vamos para allá?
- - Imagino
que sí. Al menos eso he me han dicho.
Una tos muy fuerte
interrumpe la mínima conversación. Hasta ahora el indigente que llevaban al
centro no había dado muestras de comunicación, y esa tos era el primer sonido
que escuchaban salir de sus labios.
- - ¿Cómo
se encuentra? – le pregunto Manuel.
El hombre abrió un poco
los ojos, muy poco, pero los cerró rápidamente. A pesar de haber sido un
instante a Manuel le llamó la atención su mirada, tranquila, hasta le pareció
interpretar un gesto de cariño en sus ojos.
“Me lo tengo que estar imaginando. A ver si al final tiene razón Paco y tengo
que aprender a no dejar llevar mis sentimientos en los pacientes”. De todas
formas tenía que reconocer que seguí
enfadado, ¿cómo era posible que le habían dado el alta a alguien en esta
situación?
El hombre no se movió más,
ni siquiera abrió los ojos cuando el conductor les comentó que ya estaban
llegando. Las calles estrechas del centro de la ciudad provocaban un movimiento
exagerado dentro del vehículo. No hacía falta pero por si acaso Manuel agarró
la camilla donde viajaba el vagabundo.
La ambulancia paró justo
en la puerta del albergue. Ya era tarde y el centro estaba con la puerta
cerrada. Manuel bajó, se acercó y pulso el timbre del telefonillo de la
entrada.
- - Buenas
noches, venimos del hospital a traer a un señor para que se quede está noche
aquí…
- - ¿Qué?,
¿cómo dice?-gritó una voz de señor enfadado-...oiga esto ya está cerrado y no
es ningún hotel, así que …
- - Disculpe,
yo sólo soy el celador que le acompaña, traigo un informe del hospital, ¿no les
han avisado?
- - Aquí
nadie ha avisado de nada…- en ese momento Manuel giró su cara al conductor de
la ambulancia, que también se había bajado y esperaba apoyado sobre la puerta
del transporte. Este le respondió con una sonrisa sarcástica acompañada de un
“que te dije”.
En ese instante, un
zumbido acompañado de un “click” le indicó a Manuel que la puerta estaba
abierta – Gracias – respondió y entró en el albergue. Ya dentro lo primero que
le llamo la atención es que había muy poca luz. Un mostrador le daba la
bienvenida en donde esperaba un hombre mayor, de unos cincuenta años, con gesto
cansado. Manuel se acercó para continuar la conversación que inició en el
telefonillo de la entrada:
- - De
veras lo siento, yo sólo soy el que lo acompaña, aquí tiene el informe de alta…
- - Siempre
igual, un momento deje que se lo lleve al encargado – le cortó.
El hombre salió del
habitáculo de la recepción y se dirigió a un despacho muy cercano, el primero
del pasillo que, según un letrero, daba lugar al salón y las habitaciones. A
pesar de la indicación el pasillo sólo llevaba a la oscuridad – “que sitio más
tétrico”, pensó Manuel.
Tras un momento, el
“recepcionista” salió del despacho y volvió a su sitio:
- - Espere,
siéntese ahí. Con su mirada le indicó una silla cutre en la que Manuel ni
siquiera se fijó que existía hasta ahora.
- - Gracias
– respondió. Pero a pesar de la cortesía, la verdad es que tenía un enfado de
cojones – vaya mierda, parece que voy a entregar un paquete…
El silencio en ese
instante era prácticamente absoluto. Esto y la escasez de luz, le daban al
lugar el aspecto de una película de terror –“ cuando menos lo esperemos, de ese
pasillo saldrá un loco con una máscara de hockey y una hacha en la mano y nos
matará” – pensó bromeando Manuel.
Todo estaba en silencio, sólo
se escuchaba un ligero murmullo al fondo del pasillo. Prestando más atención Manuel
descubrió que lo que escuchaba era el sonido de una televisión, por lo que
supuso que alguien la estaría viendo en el salón que indicaba el letrero.
De repente una voz fuerte
interrumpió esa “calma tensa”. Provenía del despacho del encargado e hizo que
ambos giraran sus cabezas hacia allí. Manuel prestó atención a la conversación
que se escuchaba claramente:
- - ¡Y
nadie nos avisa! ¡Mire usted, esto es un centro social! Debe haber una
organización y no podemos trabajar de esta forma. ¿Y si no tuviéramos camas?...¿Y
a mi qué me dice? Ustedes son un hospital y ahí es donde tienen que estar los
enfermos, no en un albergue…¿Cómo qué quién me he creído? ¿Usted se cree que
por ser médico puede hacer lo que le de la gana? Mire doctor Sebastian, voy a
ver a este hombre y más vale que esté bien, porque si no es así les juró que…-
Ahí quedo la conversación
que Manuel pudo escuchar. Al instante un hombre de baja estatura, mayor y con
un bigote canoso salió del despacho.
- - ¿Dónde
está ese pobre hombre?, le pregunto a Manuel sin mediar saludo ninguno.
- - Esto..
lo tenemos en la ambulancia.
- - ¿Y
a qué esperan para traerlo? Vamos hombre dese prisa, le ordenó.
Mientras Manuel, se
dirigía a la salida, todavía tuvo tiempo de escuchar un comentario que le
indignó todavía más:
- - ¿Sabes
que me han dicho? – le comentaba el encargado al recepcionista – Que ellos no
están para atender a vagabundos, borrachos, ni drogatas, que están cansados de
tanta chusma, ¡será cabrón…!
Manuel salió a la calle y
le hizo un gesto al conductor indicándole que bajara la camilla. Al mismo
tiempo el encargado del albergue aprovechaba para abrir de par en par las
puertas pesadas y de madera del centro. Rápidamente Manuel y el conductor
introdujeron al indigente en el albergue y el encargado cerró las puertas.
- - ¿Por
amor de Dios? – ¿cómo le ha dado el alta a este hombre.
Manuel se encogió de
hombros. En realidad estaba tan cabreado como el encargado, pero tampoco quería
hablar más de la cuenta.
- - Señor,
¿cómo se encuentra?
El indigente volvió a
abrir los ojos, pero no artículo palabra alguna. En ese momento empezó
nuevamente a toser. A decir verdad era una tos que daba miedo, fuerte, con
ruido, parecía que se ahogaba y Manuel oyó claramente ruidos que provenían del
pecho. También lo escucho el encargado que puso el grito en el cielo.
- -La
madre que los parió – dijo - ¿es que no hay humanidad?...Lorenzo – ordenó al
recepcionista – busca una silla de ruedas y dile a alguien que eche una mano
para ayudarnos.
Una vez que Lorenzo dio el
aviso por teléfono no tardó mucho tiempo en aparecer un hombre joven y delgado,
de unos 25 años, ataviado con un chándal antiguo. Probablemente sería una de
las personas que frecuentaban el albergue y al que ya los responsables del
centro tenían como alguien de confianza. Traía la silla de ruedas.
- - Fredy,
traela aquí
Entre el conductor y
Manuel pasaron al hombre de la camilla a la silla de ruedas.
- - Lo
llevaremos a una habitación e intentaremos que cene algo, pero tiene muy mal
aspecto y huele fatal.
- - Bueno
pues entonces nosotros nos vamos ya – Manuel se veía obligado a darle las
gracias al encargado – Siento lo ocurrido…gracias por atenderlo…
- - Tú
no tienes culpa hijo – le contestó más calmado – pero es que estas cosas me
encienden.
Con un apretón de manos se
despidieron y Manuel y el conductor se marcharon a la ambulancia. Ninguno de
los dos habló una sola palabra hasta el hospital. Manuel sólo pensaba en esa
mirada con la que el “homeless” le contestó en la ambulancia.
Con el tiempo, el celador
olvidó como era ese vagabundo, el color de su barba, sus ropas…pero jamás
olvidó sus ojos.
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