lunes, 3 de marzo de 2014

Homeless. Segundo acto (6) RECHAZO. Impotencia.


-      - ¿Habéis avisado al albergue de que vamos para allá?
-      - Imagino que sí. Al menos eso he me han dicho.

Una tos muy fuerte interrumpe la mínima conversación. Hasta ahora el indigente que llevaban al centro no había dado muestras de comunicación, y esa tos era el primer sonido que escuchaban salir de sus labios.

-      - ¿Cómo se encuentra? – le pregunto Manuel.

El hombre abrió un poco los ojos, muy poco, pero los cerró rápidamente. A pesar de haber sido un instante a Manuel le llamó la atención su mirada, tranquila, hasta le pareció interpretar un  gesto de cariño en sus ojos. “Me lo tengo que estar imaginando. A ver si al final tiene razón Paco y tengo que aprender a no dejar llevar mis sentimientos en los pacientes”. De todas formas tenía que  reconocer que seguí enfadado, ¿cómo era posible que le habían dado el alta a alguien en esta situación?

El hombre no se movió más, ni siquiera abrió los ojos cuando el conductor les comentó que ya estaban llegando. Las calles estrechas del centro de la ciudad provocaban un movimiento exagerado dentro del vehículo. No hacía falta pero por si acaso Manuel agarró la camilla donde viajaba el vagabundo.

La ambulancia paró justo en la puerta del albergue. Ya era tarde y el centro estaba con la puerta cerrada. Manuel bajó, se acercó y pulso el timbre del telefonillo de la entrada.
-    - Buenas noches, venimos del hospital a traer a un señor para que se quede está noche aquí…
-  - ¿Qué?, ¿cómo dice?-gritó una voz de señor enfadado-...oiga esto ya está cerrado y no es ningún hotel, así que …
-   - Disculpe, yo sólo soy el celador que le acompaña, traigo un informe del hospital, ¿no les han avisado?
-   - Aquí nadie ha avisado de nada…- en ese momento Manuel giró su cara al conductor de la ambulancia, que también se había bajado y esperaba apoyado sobre la puerta del transporte. Este le respondió con una sonrisa sarcástica acompañada de un “que te dije”.

En ese instante, un zumbido acompañado de un “click” le indicó a Manuel que la puerta estaba abierta – Gracias – respondió y entró en el albergue. Ya dentro lo primero que le llamo la atención es que había muy poca luz. Un mostrador le daba la bienvenida en donde esperaba un hombre mayor, de unos cincuenta años, con gesto cansado. Manuel se acercó para continuar la conversación que inició en el telefonillo de la entrada:

-      - De veras lo siento, yo sólo soy el que lo acompaña, aquí tiene el informe de alta…
-      - Siempre igual, un momento deje que se lo lleve al encargado – le cortó.

El hombre salió del habitáculo de la recepción y se dirigió a un despacho muy cercano, el primero del pasillo que, según un letrero, daba lugar al salón y las habitaciones. A pesar de la indicación el pasillo sólo llevaba a la oscuridad – “que sitio más tétrico”, pensó Manuel.
Tras un momento, el “recepcionista” salió del despacho y volvió a su sitio:

-     - Espere, siéntese ahí. Con su mirada le indicó una silla cutre en la que Manuel ni siquiera se fijó que existía hasta ahora.
-     - Gracias – respondió. Pero a pesar de la cortesía, la verdad es que tenía un enfado de cojones – vaya mierda, parece que voy a entregar un paquete…

El silencio en ese instante era prácticamente absoluto. Esto y la escasez de luz, le daban al lugar el aspecto de una película de terror –“ cuando menos lo esperemos, de ese pasillo saldrá un loco con una máscara de hockey y una hacha en la mano y nos matará” – pensó bromeando Manuel.

Todo estaba en silencio, sólo se escuchaba un ligero murmullo al fondo del pasillo. Prestando más atención Manuel descubrió que lo que escuchaba era el sonido de una televisión, por lo que supuso que alguien la estaría viendo en el salón que indicaba el letrero.
De repente una voz fuerte interrumpió esa “calma tensa”. Provenía del despacho del encargado e hizo que ambos giraran sus cabezas hacia allí. Manuel prestó atención a la conversación que se escuchaba claramente:

-    - ¡Y nadie nos avisa! ¡Mire usted, esto es un centro social! Debe haber una organización y no podemos trabajar de esta forma. ¿Y si no tuviéramos camas?...¿Y a mi qué me dice? Ustedes son un hospital y ahí es donde tienen que estar los enfermos, no en un albergue…¿Cómo qué quién me he creído? ¿Usted se cree que por ser médico puede hacer lo que le de la gana? Mire doctor Sebastian, voy a ver a este hombre y más vale que esté bien, porque si no es así les juró que…-
Ahí quedo la conversación que Manuel pudo escuchar. Al instante un hombre de baja estatura, mayor y con un bigote canoso salió del despacho.

-      - ¿Dónde está ese pobre hombre?, le pregunto a Manuel sin mediar saludo ninguno.
-      - Esto.. lo tenemos en la ambulancia.
-      - ¿Y a qué esperan para traerlo? Vamos hombre dese prisa,  le ordenó.

Mientras Manuel, se dirigía a la salida, todavía tuvo tiempo de escuchar un comentario que le indignó todavía más:
-     - ¿Sabes que me han dicho? – le comentaba el encargado al recepcionista – Que ellos no están para atender a vagabundos, borrachos, ni drogatas, que están cansados de tanta chusma, ¡será cabrón…!

Manuel salió a la calle y le hizo un gesto al conductor indicándole que bajara la camilla. Al mismo tiempo el encargado del albergue aprovechaba para abrir de par en par las puertas pesadas y de madera del centro. Rápidamente Manuel y el conductor introdujeron al indigente en el albergue y el encargado cerró las puertas.

-      - ¿Por amor de Dios? – ¿cómo le ha dado el alta a este hombre.
Manuel se encogió de hombros. En realidad estaba tan cabreado como el encargado, pero tampoco quería hablar más de la cuenta.
-      - Señor, ¿cómo se encuentra?

El indigente volvió a abrir los ojos, pero no artículo palabra alguna. En ese momento empezó nuevamente a toser. A decir verdad era una tos que daba miedo, fuerte, con ruido, parecía que se ahogaba y Manuel oyó claramente ruidos que provenían del pecho. También lo escucho el encargado que puso el grito en el cielo.
-      -La madre que los parió – dijo - ¿es que no hay humanidad?...Lorenzo – ordenó al recepcionista – busca una silla de ruedas y dile a alguien que eche una mano para ayudarnos.

Una vez que Lorenzo dio el aviso por teléfono no tardó mucho tiempo en aparecer un hombre joven y delgado, de unos 25 años, ataviado con un chándal antiguo. Probablemente sería una de las personas que frecuentaban el albergue y al que ya los responsables del centro tenían como alguien de confianza. Traía la silla de ruedas.
-      - Fredy, traela aquí

Entre el conductor y Manuel pasaron al hombre de la camilla a la silla de ruedas.
-     - Lo llevaremos a una habitación e intentaremos que cene algo, pero tiene muy mal aspecto y huele fatal.

-      - Bueno pues entonces nosotros nos vamos ya – Manuel se veía obligado a darle las gracias al encargado – Siento lo ocurrido…gracias por atenderlo…

-      - Tú no tienes culpa hijo – le contestó más calmado – pero es que estas cosas me encienden.

Con un apretón de manos se despidieron y Manuel y el conductor se marcharon a la ambulancia. Ninguno de los dos habló una sola palabra hasta el hospital. Manuel sólo pensaba en esa mirada con la que el “homeless” le contestó en la ambulancia.


Con el tiempo, el celador olvidó como era ese vagabundo, el color de su barba, sus ropas…pero jamás olvidó sus ojos.

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