martes, 25 de marzo de 2014

Homeless. Cuarto acto NACIMIENTO. (16) Pensamiento.

Homeless continuó tumbado en la camilla. Con los ojos cerrados permaneció pensando en todo lo que estaba ocurriendo. Estaba confuso.

¿Y si todo era un sueño?

Si era así, le parecía más bien una pesadilla. Lo más difícil de entender era la sensación de certeza que tenía desde el principio. Como para tantas cosas desde que despertó, no tenía explicación alguna para ello, pero la verdad es que sabía ciertamente que todo lo que le estaba ocurriendo era real. 

Recordó entonces algunas de las frases que el señor 1 le había dicho.Éste le había comentado que podía cambiar de aspecto y que si seguía con la imagen de un sin techo era porque así es como se veía a sí mismo. Todo era cuestión de imaginarlo…entonces ¿por qué seguía allí?, bastaba con imaginarse feliz con su familia, con su mujer, con su princesa…

Pero él sabía la respuesta...
...el mismo no lo permitiría.

A pesar que sería capaz de cualquier cosa por volver con ellas, por abrazarlas como si nada hubiera ocurrido…él sabía que no podía estar con ellas. Homeless se consideraba un cáncer para su familia. Creía que las había convertido en unas desgraciadas y que jamás debía volver con ellas…

…ni aunque fuera en el paraíso.

Nunca se perdonará lo que les hizo. A lo mejor a eso se refería el señor 2 cuando le habló de ascenso. A lo mejor el premio no lo daba Dios, sino  uno mismo cuando se perdona por todo lo que ha hecho. Mientras no lo hagas permanecerás con este dolor. Aunque hayas muerto.

No podía soportarlo, necesitaba respirar. Lo peor de todo es que ahora estaba viviendo todo con sus sentidos al máximo. Aquí no había alcohol para dejarlo en ese estado casi inconsciente. Esa era la única forma de vida que había podido aceptar, que le permitía respirar. Estar borracho todo el tiempo hacía que el dolor se atenuase. Su vida, su aspecto, su higiene, su estima…eran precios muy baratos por mantenerse sin dolor. Pero ahora no tenía ni una maldita copa con que aliviarse. Y lo que es peor, probablemente aquí, donde coño se llame el sitio en el que está, el alcohol no le aliviaría. 

La muerte le había quitado la única forma de aliviar su dolor.

Entonces Homeless abrió los ojos…

 …quedó  sorprendido con lo que vio.

Ya no estaba en la celda.  El entorno había cambiado completamente. Sentía como si hubieran pasado días, incluso semanas. De repente  volvió a recordar lo que le comentó el señor 1: “Lo que necesites hijo, el tiempo aquí no existe, podemos esperar lo que tú necesites”.

La arena movida por el viento se pegaba en su barba, en su cara. Estaba tumbado en la playa. Pero no era una playa cualquiera, era un lugar que él conocía muy bien. Era su playa, la de la ciudad donde se crió. Él sitio al que huía cada vez que podía escapar de los gritos de sus padres. Siempre se había sentido tranquilo allí. Palpaba con sus manos la arena mientras sus dedos se enterraban en ella. Respiró profundamente y sintió como el olor del mar penetraba en su nariz. Nunca se había colocado con cocaína, pero estaba convencido que esta sensación superaría  a cualquier chute de ese tipo. Ya había olvidado el placer que le producía. Su mente lo había llevado al lugar donde más seguro se encontraba.

Se incorporó para poder observarlo todo. Lo primero que se dio cuenta es que sus ropas de vagabundo habían desaparecido. Noto que su barba se había recortado al igual que su cabello. Miró hacia atrás y allí estaban los edificios del paseo marítimo de su ciudad. Tal y como los recordaba. Giró su cabeza y observó a lo lejos la estampa de la catedral. Su pintoresca cúpula amarilla se divisaba perfectamente desde toda la playa. Volvió a respirar hondo. Y volvió a sentirse mejor.

Escuchó entonces gritos de chavales jugando al fútbol en la arena de la playa. Como hacía él con sus amigos cuando aprovechaban la marea baja para poder jugar libremente, sin molestar a nadie ni que los molesten.

-      ¡Pásamela! , escuchó gritar a uno de ellos. Homeless sonrió. Se sentía feliz.

Aunque sabía que estaba muerto, no le importaba. Se quedaría allí para siempre. No tenía que escuchar más historias raras sobre el cielo, Dios o el demonio. No quería saber nada de misiones, ni salvación. Que les den por culo a todos.

Permanecerá allí para siempre.

Como cuando despertó en aquella celda, volvió a sentir paz…
Pero todo se quebró rápido. Homeless oyó la voz de una niña llamando a su padre. Volvió a girarse para ver desde lejos a un hombre jugar en la arena con su hija pequeña. Observó cómo la chiquilla salía corriendo y lo abrazaba.

En ese instante lo entendió todo…

Era como si alguien le hubiera transmitido la respuesta inmediatamente.

 Jamás tendría la felicidad permanente en ese sitio. Fuera el lugar que sea, escapara a donde escapara, sólo lo haría por un instante. Al final siempre volvería el recuerdo de su mujer y de su hija. Y eso le provocaba un dolor insoportable.

Volvió a cerrar los ojos…

...cuando los abrió estaba de regreso en la celda.

Había comprendido que no había  salida. No había remedio para calmar el dolor. Ya se lo avisaron esos dos hombres: 

Antes o después tendría que aceptar esas jodidas misiones. 

jlrr

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