domingo, 16 de marzo de 2014

La decisión de un Diablo - Capítulo 4

Llegó el lunes y con él, el examen que me había preparado con Cristal. Lo que más me fastidiaba del examen fue la pregunta “expresa qué sientes por Dios”. Menos mal que me hizo memorizar qué debía poner para complacer a la profesora, si no me crujían. Al finalizar el examen Cristal no pudo evitar comentar: “Me debes una” guiñándome el ojo. Gran verdad que le debía muchas, todas relacionadas con esta asignatura. Yo siempre la tenía que ayudar con matemáticas, aunque no fueran igual de importantes a ella le bastaba para tomarlo como compensación de su ayuda. En las horas después del examen todos estuvieron estudiando para el de historia que iba a ser al día siguiente, entonces me fijé en que Eduard no estaba. Él no era un estudiante modelo pero al igual que todos siempre venía a clase, era bastante raro que faltase, sobretodo en un día de examen.

Martes, el examen de religión aprobado y el de historia fue bastante simple. Ya no teníamos que preocuparnos de más exámenes así que aprovechamos  para planear el viaje al pueblo Virleys. Al lado de la playa, las colinas rodeándolo... el lugar perfecto para relajarse, coger un poco de color y pasarlo bien. Teníamos pensado pasar un par de semanas y aún no habíamos decidido cuándo partíamos, así que discutimos eso y cuánto tenía cada uno para gastar. Una cosa estaba clara, debíamos estar para la lluvia de estrellas que se ve en esa zona. Aunque ninguno sabía de eso y Cristal no parecía acordarse de cuando nos conocimos en ese mismo pueblo con seis años, coincidiendo con la lluvia que sucede una vez cada diez años. Eduard volvió a faltar y Cristal decía no saber nada de él desde el domingo, a todos nos pareció extraño pero como es natural no nos preocupamos.

Por la tarde Marc y yo nos fuimos a jugar al baloncesto, con unos conocidos suyos en un pabellón de la ciudad que habían alquilado. El equipo con el que yo iba perdió y acabé sudando a más no poder: disfruté al máximo. Una buena ducha en los vestuarios y dimos un paseo por la ciudad hablando a ratos: cuando se nos ocurrían o salían los temas, hasta que no podíamos exprimirlos más y luego nos manteníamos en completo silencio. La ciudad siempre me había parecido demasiado bulliciosa para mi gusto y el que viera a todo el que estuviera a 30 metros de distancia no ayudaba nada, pero el estar con un amigo siempre calma las molestias como esa.

Eduard vino el jueves para los exámenes de recuperación de religión e historia y luego volvió a desaparecer. Cristal dijo que al menos pudo decirle que el viaje iba a llevarse a cabo dos semanas después de que terminasen las clases. La fecha justa: dos días antes de volver sería la lluvia de estrellas y quería mantenerlo como una sorpresa para todos. Aunque mantenía la esperanza de que Cristal se acordaría. Ahora que ya teníamos pensado cuándo vamos y dónde nos quedaremos ya no teníamos nada que hacer en esas clases y simplemente charlábamos.

El último viernes de escuela, pero esa vez no salimos como de costumbre: Eduard estaba desaparecido, Mari había quedado con alguien que la podía meter en el mundo de la moda, Marc debía quedarse a cuidar de su sobrina, ya que su tía iba a salir y a él no le molestaba hacerle el pequeño favor y Cristal iba de compras con su madre. El único que no tenía planes era yo y se me ocurrió profundizar mi relación con Sam. Ya que sí o sí, iba a estar cerca de mí sería de estúpido y cabezota llevarme mal con ella, o al menos no hacer el intento. Así que después de comer salí de casa, la llamé y le propuse pasear juntos para que pudiera conocerla mejor.
-Sabía que cambiarías de opinión -fue lo que dijo mostrando una sonrisa traviesa
-¿Sabes? No todo está relacionado con eso. -le corté
-¡Oh, vamos! Estás en la edad-dijo rodeando mi cuello con sus manos
-No creo que exista una edad específica para eso por mucho que se diga-incliné la cabeza y la pasé por debajo de su brazo para quitarle la idea cuanto antes.
-¿Vas a tener esa  frialdad siempre? Con tus amigos vas más alegre -dijo fingiendo tristeza
-¿Nunca has oído que la actitud de alguien depende de con quién estas?
-¿Eso quiere decir que tendrás esa cara de amargado cuando esté al lado tuya?
-Eso quiere decir que estoy con alguien que solo sé su nombre, que trabaja para el Diablo y que quiere convencerme para que destruya el mundo-le mostré una sonrisa 
irónica-creo que no te presentaste de la forma más adecuada
-Supongo que si lo ves de esa forma tienes razón. ¡Bueno! También dicen que no te dejes llevar por la primera impresión-dijo animada y con una gran sonrisa.
-¿Cuántos años tienes? -pregunté pensando que parecía una niña despreocupada
-Eso no se pregunta a una chica
-¿Tan vieja eres? -dije intentando provocarla
-¡Oye!-su sonrisa desapareció y se mosqueó. No pude evitar reírme.-no tiene gracia
-sí que la tiene
-No
-sí la tiene-se quedó callada un momento, intentando asesinarme con la mirada.
-No -dejé que terminara ahí o nos habríamos llevado un buen rato diciendo lo mismo
-Pues si no te puedo preguntar por ti, cuéntame directamente sin yo tener que preguntar. -dije ya sin mucha esperanza
-No hay mucho que contar. De mi pasado no quiero hablar y el presente es lo que ya sabes, lo siento si pensaste que había algo más -Aunque se le había pasado ese enfado momentáneo su sonrisa no volvió, estaba hablando seria por primera vez. O hizo algo de lo que no estaba orgullosa o le sucedió algo que prefería no recordar, así que lo dejé así.
-Por cierto si me lo preguntan, diría que tienes veinte años. ¿Podrías contarme como te puedes mantener tan bien?-que le recordaran su joven aspecto volvió a animarla y sonrió.
-El diablo insertó parte de su energía en mí, por lo que mi cuerpo envejece más despacio. Es más cuando lo conozcas te sorprenderá, cualquiera diría que solo tiene treinta.
-Ya... Bueno... ¿Sabes? No quiero conocerlo.- durante un segundo se quedó quieta
-Ya cambiarás de opinión.- dijo llevándose las manos detrás de la cabeza y volviendo a caminar a mi lado.-¿O es que se te olvida lo curioso que eres? ¿Cómo te gusta decir? Tú y tu curiosidad.- ahí llevaba razón, a veces se me olvidaba que la curiosidad puede conmigo. Suspiré
-Te doy la razón. A lo mejor un día me pueda la curiosidad y vaya, pero hasta entonces no quiero saber nada del Diablo.
A medida que caminábamos y hablábamos me caía mejor. Aunque a veces era demasiado cercana e intentaba meterme mano o que yo le metiera mano a ella. Tenía que hacer mi esfuerzo para que no lo consiguiera. Parecía divertirle mucho provocarme de esa manera.

Partiríamos el tercer lunes y estaba deseando coger el tren, pero debía hacer algo para entretenerme mientras llegaba el día. Durante esas dos semanas estuve quedando con quien estaba disponible. Me sorprendió la cantidad de tiempo del que disponía Cristal y también que las compras para ese viaje no las hiciera con Eduard. La acompañé varios días a distintas tiendas, aunque la mayor parte del tiempo solo miraba y se probaba  bañadores. Compró cuatro conjuntos en total después de haber estado durante tres días en cuatro tiendas cada día y todo lo compró en el mismo lugar. No entendía nada pero me lo pasé bien, aunque en algunos momentos era de lo más agotador. Creía que esto era trabajo de un novio y no un amigo pero Cristal insistía en que si Eduard no podía, me tocaba a mi pagar el pato. Tampoco entendía por qué tenía que acompañarla si tenía a Mari que la podía aconsejar mejor que yo. Sobretodo si Mari también tuvo que hacer esas compras y Cristal fue la que la acompañó. Hacer la compra al mismo tiempo habría sido más lógico, pero quién podría entender lo que se le pasa a Cristal por la cabeza. Marc y yo también tuvimos que comprar bañadores, yo cogí los primeros que vi y no me parecían ridículos y Marc estuvo dándole vueltas hasta el punto de ir a tres tiendas, menos mal que no tardamos tanto como pasó con Cristal. Con la tontería de ser acompañante de compras la primera semana pasó más rápido de lo esperado. Mari nos llamó a Marc y a mí dos días para que le sirviéramos de modelos con la ropa que estaba cosiendo. No me fijé como era, simplemente me quedaba quieto mientras ella ponía y quitaba ropa, tela, alfileres y todo lo que tuviera que estar usando. El resto de días fui alternando quedar con Marc, Cristal o con los tres a la vez. Aunque el viernes, que fue el día que quedamos los cuatro, llegó un momento en el que Marc y Mari se fueron los dos juntos y me fijé en que se habían vuelto muy cercanos.
-¡Oye! tú te das cuenta más rápido de estas cosas-le dije a Cristal cuando se perdieron de vista -¿Están saliendo?
-Yo creo que están a punto. Seguramente en el viaje alguno se declare.-Contestó muy confiada de sus palabras-¡Enhorabuena! Te has dado cuenta, siendo como eres de lento en estos temas.- Me dio dos golpes en la espalda, el primero casi me tira de la fuerza y si no me hubiera esperado el segundo quizá lo habría conseguido
-¿Gracias?-dije sin saber cómo tomármelo y nos despedimos ya que tenía que hacer un recado para su padre.

Dos días antes de coger el tren hice la maleta, para asegurarme de que no se me olvidaba nada o para darme tiempo a acordarme antes de partir. Lo tenía todo preparado: ropa, dinero, los pantalones cortos con los que dormiría, un libro sobre constelaciones para el rato que estaríamos en el tren y las chanclas para la playa. Estaba ansioso por llegar a aquél pueblo: donde en cuyas aguas cristalinas aprendí a nadar, donde tuve la suerte del último verano en el que iba a estar allí con mis padres de conocer a Cristal, donde dejé de tener miedo a la oscuridad cuando me perdí en las colinas por quedarme dormido hasta tarde y estuve dando vueltas durante horas hasta encontrar el camino de vuelta, donde el aire es puro y limpio, donde la tranquilidad es casi tangible, donde puedo relajarme perfectamente después enterarme de quién soy hijo, donde parece que el tiempo también se detiene para relajarse de su constante caminar.

El domingo, justo antes del gran día. Todos tenían algo que hacer y pensé en quedarme tumbado en la cama, pero Sam entró en mi habitación por la ventana. La habitación no era gran cosa: una cama debajo de una ventana cuyos cristales eran correderos, un armario al lado de la puerta, una mesa donde estaban todas las cosas del colegio y una silla con ruedas y sin apoyabrazos.
-Oye ese tal Eduard...-Empezó cuando se sentó en el borde de la ventana con los pies apoyados en la cama, cerca de mi pecho- ¿te fías de él?
-¿A qué viene esa pregunta?-Eduard no me caía nada bien pero confiaba en él porque Cristal lo hacía. Sam se quedó callada, pensando no sé en qué o esperando la respuesta.-Supongo que sí
-¿Supones?-me miró extrañada
-tú dices que me conoces mejor que nadie ¿y me vienes con esas preguntas?
-Vale, vale, tengo tendencia a exagerar. Ten en cuenta que te vigilo de lejos y no me entero de todas tus conversaciones.
-¿Y de cuáles si te enteras?
-Vale, no me entero de ninguna de tus conversaciones- su expresión cada vez decaía más-En cuanto a lo de supones
-Yo confío en las decisiones que toma Cristal, ¿Por qué me preguntas lo de Eduard?- Pasé de estar tumbado a sentarme con las piernas cruzadas
-Es solo intuición mía, pero no creo que debas fiarte de él. Demasiado adepto a Dios.
-Como el resto del mundo en mi opinión-Volví a tumbarme-eso no es ninguna sorpresa
-Ojalá supiera explicarme mejor-recogió la pierna derecha, apoyó la cabeza en su rodilla y se mantuvo callada hasta que decidió marcharse al empezar a oscurecer. Yo intenté entenderla pero no pude, así que dejé de pensar en ello ya que no me iba a conducir a ninguna parte o me liaría más de lo necesario.



JRS
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