lunes, 17 de marzo de 2014

La decisión de un Diablo - Capítulo 6

Los días no se diferenciaban unos de otros. Algunos íbamos a la playa y otros a la pradera: todo verde y lleno de flores, nada de árboles, ligeras colinas que ocultaban el pueblo y las hojas de las plantas a punto de llegar a las rodillas. En algunos momentos me quedaba solo, pero no me importaba en absoluto. Comprendía que hay momentos en los que hay que dejar asolas a las parejitas y yo podía permanecer mirando el cielo tumbado o ponerme a nadar, dependiendo. A medida que pasaban los días Marc y Mari estaban más juntos. Cuando pasó la primera semana Eduard volvió a ser distante y Cristal pasaba el tiempo conmigo, aunque no se la veía muy contenta. Mis intentos de hacerla sonreír no solían funcionar y las pocas veces que lo conseguía era solo algo temporal.

Entonces llegó el día antes de la lluvia de estrellas: Eduard y Cristal no bajaron a la playa con nosotros. Yo fui el único que no se divirtió, preocupado por ella. Cuando volvimos por la noche Cristal estaba gritando que se fuera. Fui a entrar en la casa, pero Eduard salió hecho una furia. Al pasar por mi lado me pegó una patada en las piernas que me dejó  prácticamente tumbado en el aire, luego sentí el golpe de su mano por donde se unen las costillas. Pude escuchar cómo se rompían mientras la fuerza del choque me lanzaba hacia atrás. No pude evitar preguntarme desde cuándo sabía pelear y con la fuerza suficiente para romper de un golpe los huesos. Sus movimientos fueron precisos y junto con el factor sorpresa no me dio tiempo a responder. Caí boca arriba y me di media vuelta para intentar levantarme, pero otra patada en el pecho me lo impidió. A saber cuántas costillas me rompió en dos golpes, pero dudo que fuera suficiente para él. De lado vi que Marc intervino y le agarró. Aunque se le notaba entrenamiento no consiguió zafarse. Al fin conseguí levantarme y Cristal salió por la puerta para ver lo que estaba ocurriendo. Tuve que apoyarme en Mari que se había acercado para ayudarme. Con esas costillas rotas y tan cerca del corazón di gracias de no estar muerto. Seguro que si los trozos hubieran llegado un poco más profundo lo habrían desgarrado lo suficiente para provocar que se derrame toda la sangre que bombea. Al menos eso creo, aún no había obtenido suficiente energía de la que tenía que heredar como para aguantar que le pasara algo a mi corazón. Mari me llevó dentro con la ayuda de Cristal y Marc se deshizo de Eduard.
-¿Qué ha pasado?-pregunté cuando me tumbaron en una cama y se alejaron un poco para dejarme respirar. Al quedarme completamente quieto no dolía, pero si respiraba muy hondo notaba los fragmentos de hueso intentando desgarrarme los pulmones.
-¿Podrías dejarnos solos?- dijo Cristal, y Mari asintió.-Acabo de romper con él –dijo cuando se cerró la puerta.
-¿Y eso?
-No dejaba de decir estupideces-se quedó un momento callada, evitaba mirarme-sobre ti
-¿Cómo?
-¡Y me harté y lo eché! ¡No permito que diga esas cosas sobre ti!- saltó hecha una furia y yo completamente perdido. No podía levantarme para intentar tranquilizarla.
-¿Qué cosas? ¿De verdad que has roto porque ha dicho algo de mí?
- ¡Lo que dijera no importa!
-sí que importa si te ha puesto de tan mal humor.
-¡En serio! ¡No quiero hablar de eso! Solo quiero que mañana volvamos -¿cómo? No iba a permitir que esto arruinara volver a vivir el día que conocí a Cristal
-¡¿Qué?! ¡De eso ni hablar! -Salté indignado -No permitiré que nos vayamos enseguida porque hayas roto con ése imbécil. -Cristal me miró extrañada -¿Y qué si dijo cosas de mí? ¡No es ningún secreto que nos odiábamos mutuamente! -se quedó callada unos instantes.
-Ahora que lo mencionas quiero disculparme. -se sentó en el filo de la cama
-¿Eh? -Cada día que pasa entiendo menos a esta mujer pensé
-Te he obligado a aguantarle durante todo este tiempo.-No dejaba de mirar el suelo.
-Eso a mí me importa una mierda. En cualquier momento me podría haber largado y no saber nada de él. Aguantarle por ti fue cosa mía.- Me miró con los ojos abiertos, sorprendida- y no pienso cambiar de opinión en lo de cuándo nos vamos.-dije antes de que le diera muchas vueltas a mis palabras.
-¿Por qué no?
-Mira- dije ya cansado- déjame descansar y si quieres intenta recordar, pero de aquí tu y yo no nos movemos.- Fueron mis últimas palabras y cerré los ojos. Al rato escuché la puerta abrir y cerrarse, Cristal empezó a hablar con Marc y Mari y me dormí.

Me desperté por la tarde y me encontré a Cristal merendando, aunque a primera vista pensé que era el desayuno. Me movía despacio e intentaba respirar lo más flojo posible.
-Marc y Mari ya han vuelto. ¿Te encuentras bien? -dijo sin saludar
-Mientras estaba quieto no me dolía. Ahora que estoy de pie duele un poco, pero se soporta fácil.-mentí. Dolía bastante. Pero supongo que podría haber sido peor si Marc no llegaba a intervenir. -¿Qué hora es?
-las cinco y media -Me quedé bastante sorprendido. Unas horas más y habría dormido un día entero. -espero que te haya servido para recuperarte -estaba molesta
-supongo -cogí también algo de comer y la acompañe en la mesa.
-Me quedaré, pero sigo sin saber por qué.
-Entonces que Eduard casi me matara ha fastidiado los planes ¿Eh?
-Pues sí. Menos mal que ha sido casi al final del viaje. -E
l silencio que se mantuvo fue incómodo, pero no me iba a echar atrás ahora. Antes de que cayera la noche me cambié de ropa y le dije que saliéramos. 
-¿Estás enfadada?
-Bastante
-¿Con Eduard o conmigo?
-Con Eduard y contigo. -el silencio volvió mientras caminábamos y cuando llegamos a la pradera soltó -¿Qué te pasa? En el tren mencionaste que recordara algo y sigues sin decirme qué -me mantuve callado -Vas a ignorarme ¿Verdad? -y seguí así hasta que perdimos de vista el pueblo, oculto por una colina. Me tumbé y miré a Cristal. Al ver que no decía nada decidió imitarme y esperamos hasta que llegó la noche. Estar quieto volvió a calmar el dolor.
-Espero que ahora lo recuerdes -Dije cuando supe que la lluvia de estrellas estaba cerca.
-¿Qué? –y entonces cayó la primera estrella. – ¡Esto…! -se quedó muda cuando cayeron otras dos y no volvió a hablar. Miramos la lluvia de estrellas y en ningún momento me fijé en ella. Observar cómo caían una a una me trajo nostalgia. Recordar cómo me sorprendí de pequeño. Confirmaba que la vida era algo precioso, que no entendía cómo la gente la puede infravalorar tanto. No puedo evitar incluso emocionarme ahora que recuerdo ambos momentos. Sin viento, las hojas nos limitaban la vista un poco por encima de la cabeza, decenas de luces bajando del cielo. Me da igual lo que piense la gente, para mí es lo segundo más hermoso que he visto y sé que veré en mi vida.

Aun cuando terminó nos quedamos tumbados observando el brillante cielo. La luna no se podía ver, aunque tampoco me esforcé en buscarla.
-Kazuo.-dijo con voz baja, intentando no romper el silencio.
-¿Sí?-contesté igual de bajo
-Gracias. Recordé que me prometí a mí misma no darle importancia a los chicos e ignorarlos si se volvían estúpidos. Se me olvidó por completo. Ya no estoy enfadada. Estoy tranquila. -me levanté y Cristal me imitó. Ahora la miraba a los ojos, ya calmados y alargué mi puño en dirección a ella.
-Para eso estoy-dije sin contener mi sonrisa
-Gracias. -chocó su puño con el mío y lo mantuvo un rato. Entonces volvió su sonrisa. Esa sonrisa sincera, despreocupada, cálida, pura, duradera, por la que pasaría infiernos para conseguirla y que confirmaba que ahora está como siempre tuvo que estar.
-¿Podemos volver ahora? Tengo cosas que hacer.
-Claro, vayamos a la casa a recoger nuestras cosas, ya dormiremos en el tren.-tuvimos suerte y no necesitamos esperarlo mucho. Cristal no habló en ningún otro momento, pero ahora ya sabía que estaba bien, que simplemente estaría pensando en sus cosas hasta que se durmió en mi hombro. No tengo ni idea de cuándo está más guapa, si despierta o dormida. Verla dormida desde arriba era increíble, pero ver sus ojos mirándome fijamente… Bueno, ni lo sé ni me importa, simplemente indescriptible. Me quedé todo el trayecto mirándola, no pude dormir.


Llegamos al mediodía del día siguiente. Cada uno se fue directo a su casa, aunque me ofrecí de ayudarla con su maleta, lo rechazó y se fue a toda prisa. Yo fui más tranquilo, pero aunque hubiera querido no podría ir rápido. El movimiento del tren debió empeorar bastante mi estado, a cada paso dolía más. Cuando llegué mis padres me saludaron un poco sorprendidos de que volviera un día antes. No me entretuve con ellos, les dije que no me encontraba bien y fui enseguida a mi habitación. Me tumbé con la esperanza de que parase. 

jRS
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