viernes, 28 de marzo de 2014

Homeless. Quinto acto CAZA. (18) Miedo.


Es de noche, todo permanece oscuro.

El hombre entró en la cochera donde guardaban los camiones que no estaban haciendo la ruta. Sólo, cruzó toda la nave hasta llegar a las casetas donde tenían las pequeñas oficinas. No tenía nada que temer, estaba acostumbrado a pasar por allí a oscuras, lo llevaba haciendo más de treinta años…

…Pero ni una sola vez de las anteriores había sentido lo de esa noche.

No sabía explicarlo, pero había algo en el ambiente que no le gustaba. Algo que era capaz de traspasar el cuero de su chaquetón e introducirse en su piel. No es miedo…al menos eso creía, porque esta ese instante nunca lo había sentido…

A oscuras, intentaba subir los siete escalones que le conducían a su oficina. Al llegar al último, el hombre tropezó con el peldaño y cayó al suelo, justo delante de la puerta de su despacho.

-      Mierda, te estás haciendo viejo Miguel, se dijo a sí mismo.

Dolorido abrió la puerta y presionó el interruptor de la luz. De repente un ruido acompañado de un chispazo en el techo sacudió la oficina.

-      Coño, gritó el hombre. ¿Pero qué demonios pasa esta noche?

Todavía un poco aturdido, intentaba buscar la causa de lo ocurrido. Se había quedado sin luz en el habitáculo, la lámpara que iluminaba su oficina había explotado. Enrabietado, buscó algo con que iluminarse dentro de los cajones de su escritorio. Con dificultad y mientras continuaba insultando a todo y a todos, logró abrir un cajón donde encontró una pequeña linterna. Sin éxito, intentó encenderla varias veces. Cabreado empezó a golpearla contra la mesa. De repente la linterna emitió un haz de luz que iluminó el despacho momentáneamente…

…pero lo que creyó ver en ese mínimo instante no le acabó de tranquilizar.

El hombre que nunca se había asustado gritó como un niño al creer ver que alguien más estaba allí con él.

-      ¿Quién cojones está ahí?

Su pregunta no obtuvo respuesta. Nervioso, volvió a darle varios golpes a la linterna para que volviera a encender. Lo consiguió.

Rápidamente dirigió la luz que proyectaba la linterna hacia todos los lados de la habitación. Pero no había nadie.

-      Intenta calmarte Miguel, -se hablaba a si mismo intentando tranquilizarse – ¿Quién coño va a entrar aquí?

Pero a pesar de sus palabras no lograba tranquilizarse.

-      Has venido muy nervioso esta noche, se decía, llevas unas semanas muy malas.

Era verdad. Desde la muerte de uno de sus camioneros, estaba pasando por malos momentos. No quería admitir culpa alguna en lo sucedido, lo confiaba todo a la mala suerte: “son cosas que pasan” se repetía una y otra vez en estos días. No podía dejar que esto le influyera más, no iba a tirar por la borda todo su negocio sólo porque uno de sus trabajadores había muerto.

Miguel se sentó en el sillón de su despacho. Todavía mosqueado y en alerta por si volvía a ver aquella sombra que hace unos segundos creía haber visto, abrió el segundo cajón de su mesa. Sabía que estaba ahí, siempre tenía una a mano por si acaso. Abrió la botella y echó un trago de whisky. Todavía le dolía el cuerpo de la caída. Fue entonces cuando se dio cuenta que emanaba un poco de sangre de su frente. Se limpió con su mano, no quería darle importancia a la herida, y le dio otro “lingotazo” a la botella.

Más calmado, su mirada se detuvo en una pequeña foto que tenía sobre su escritorio. Era una imagen de su hija cuando era pequeña. Esa hija que hasta hace unas semanas era su mano derecha en el trabajo y ahora le culpaba de la muerte del conductor. En el fondo no le extrañaba, no había sido la única que lo había hecho.

-      ¡Qué sabrás tú de la vida!, le dijo a la foto.

Miguel volvió a beber.

Y la luz de la linterna se volvió a apagar.

-      No te vendría mal escuchar a tu hija más a menudo…

Miguel sobresaltado se levantó de la silla:

-      ¿Quién ha dicho eso?, gritó ¿Quién anda ahí?

Fue entonces cuando vio la sombra por segunda vez. Parecía un hombre con un sombrero y un abrigo…Miguel atrapó de nuevo la linterna pero esta cayó al suelo. Cuando se agachó a recogerla y pudo encenderla la sombra ya no estaba allí. Pero esta vez no había sido solamente una visión…alguien le había hablado.

El hombre que alardeaba de que nunca había sentido miedo comenzaba a notar lo que significaba aquella palabra. Nervioso, asustado, decidió salir por la puerta del despacho. Pero era demasiado rápido para un hombre mayor y que en tres soplos se había metido media botella de whisky entre pecho y espalda. Demasiado rápido para bajar por esos escalones. Esta vez el golpe fue todavía más duro. El cuerpo sí se resentía ahora con fuerza y apenas podía levantarse.

-      Lo siento, tienes que venir conmigo…

Miguel volvió a escuchar la voz. Desde el suelo, levantó la vista y en esta ocasión pudo verlo con más claridad. Parecía la silueta de un hombre con un abrigo y un sombrero. A pesar de que todo estaba muy oscuro, le pareció entrever también una espesa barba descuidada. Hubiera jurado que lo que tenía ante él, era una especie de vagabundo…de mendigo…

-      ¿Qué quieres de mí? Tengo dinero en el despacho, llévatelo…

Pero no obtuvo respuesta…

Sin saber cómo, logró levantarse.

La figura permanecía estática y seguía sin responder…

Miguel volvió a salir corriendo. Como pudo, de forma torpe, consiguió llegar a la puerta de la nave.

Pero no pudo abrirla…

Desesperado accionó el botón que abría la compuerta del garaje de la cochera por donde salían habitualmente los camiones…

No funcionó…

En ese momento, todos los camiones arrancaron sus motores….el ruido era insoportable…todos rugían como si alguien apretara su acelerador…

…parecía que iban a explotar…

A continuación se encendieron las luces de uno de los camiones, enfocando a la silueta de ese extraño hombre.

No conseguía verlo claramente…pero estaba convencido que se acercaba hacia él…

-      Lo siento señor,…tiene que venir conmigo…


jlrr

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