Es de noche,
todo permanece oscuro.
El hombre
entró en la cochera donde guardaban los camiones que no estaban haciendo la
ruta. Sólo, cruzó toda la nave hasta llegar a las casetas donde tenían las
pequeñas oficinas. No tenía nada que temer, estaba acostumbrado a pasar por
allí a oscuras, lo llevaba haciendo más de treinta años…
…Pero ni una
sola vez de las anteriores había sentido lo de esa noche.
No sabía
explicarlo, pero había algo en el ambiente que no le gustaba. Algo que era
capaz de traspasar el cuero de su chaquetón e introducirse en su piel. No es
miedo…al menos eso creía, porque esta ese instante nunca lo había sentido…
A oscuras, intentaba
subir los siete escalones que le conducían a su oficina. Al llegar al último,
el hombre tropezó con el peldaño y cayó al suelo, justo delante de la puerta de
su despacho.
-
Mierda, te estás haciendo viejo Miguel, se dijo a
sí mismo.
Dolorido abrió
la puerta y presionó el interruptor de la luz. De repente un ruido acompañado
de un chispazo en el techo sacudió la oficina.
-
Coño, gritó el hombre. ¿Pero qué demonios pasa esta
noche?
Todavía
un poco aturdido, intentaba buscar la causa de lo ocurrido. Se había quedado
sin luz en el habitáculo, la lámpara que iluminaba su oficina había explotado.
Enrabietado, buscó algo con que iluminarse dentro de los cajones de su escritorio.
Con dificultad y mientras continuaba insultando a todo y a todos, logró abrir
un cajón donde encontró una pequeña linterna. Sin éxito, intentó encenderla varias
veces. Cabreado empezó a golpearla contra la mesa. De repente la linterna emitió
un haz de luz que iluminó el despacho momentáneamente…
…pero
lo que creyó ver en ese mínimo instante no le acabó de tranquilizar.
El hombre que
nunca se había asustado gritó como un niño al creer ver que alguien más estaba
allí con él.
-
¿Quién cojones está ahí?
Su pregunta
no obtuvo respuesta. Nervioso, volvió a darle varios golpes a la linterna para
que volviera a encender. Lo consiguió.
Rápidamente
dirigió la luz que proyectaba la linterna hacia todos los lados de la
habitación. Pero no había nadie.
-
Intenta calmarte Miguel, -se hablaba a si mismo
intentando tranquilizarse – ¿Quién coño va a entrar aquí?
Pero a pesar
de sus palabras no lograba tranquilizarse.
-
Has venido muy nervioso esta noche, se decía,
llevas unas semanas muy malas.
Era verdad. Desde
la muerte de uno de sus camioneros, estaba pasando por malos momentos. No
quería admitir culpa alguna en lo sucedido, lo confiaba todo a la mala suerte:
“son cosas que pasan” se repetía una y otra vez en estos días. No podía dejar
que esto le influyera más, no iba a tirar por la borda todo su negocio sólo porque
uno de sus trabajadores había muerto.
Miguel se
sentó en el sillón de su despacho. Todavía mosqueado y en alerta por si volvía
a ver aquella sombra que hace unos segundos creía haber visto, abrió el segundo
cajón de su mesa. Sabía que estaba ahí, siempre tenía una a mano por si acaso.
Abrió la botella y echó un trago de whisky. Todavía le dolía el cuerpo de la
caída. Fue entonces cuando se dio cuenta que emanaba un poco de sangre de su
frente. Se limpió con su mano, no quería darle importancia a la herida, y le
dio otro “lingotazo” a la botella.
Más calmado,
su mirada se detuvo en una pequeña foto que tenía sobre su escritorio. Era una
imagen de su hija cuando era pequeña. Esa hija que hasta hace unas semanas era
su mano derecha en el trabajo y ahora le culpaba de la muerte del conductor. En
el fondo no le extrañaba, no había sido la única que lo había hecho.
-
¡Qué sabrás tú de la vida!, le dijo a la foto.
Miguel volvió
a beber.
Y la luz de
la linterna se volvió a apagar.
-
No te vendría mal escuchar a tu hija más a menudo…
Miguel
sobresaltado se levantó de la silla:
-
¿Quién ha dicho eso?, gritó ¿Quién anda ahí?
Fue entonces
cuando vio la sombra por segunda vez. Parecía un hombre con un sombrero y un
abrigo…Miguel atrapó de nuevo la linterna pero esta cayó al suelo. Cuando se
agachó a recogerla y pudo encenderla la sombra ya no estaba allí. Pero esta vez
no había sido solamente una visión…alguien le había hablado.
El hombre que
alardeaba de que nunca había sentido miedo comenzaba a notar lo que significaba
aquella palabra. Nervioso, asustado, decidió salir por la puerta del despacho.
Pero era demasiado rápido para un hombre mayor y que en tres soplos se había
metido media botella de whisky entre pecho y espalda. Demasiado rápido para
bajar por esos escalones. Esta vez el golpe fue todavía más duro. El cuerpo sí
se resentía ahora con fuerza y apenas podía levantarse.
-
Lo siento, tienes que venir conmigo…
Miguel volvió
a escuchar la voz. Desde el suelo, levantó la vista y en esta ocasión pudo
verlo con más claridad. Parecía la silueta de un hombre con un abrigo y un
sombrero. A pesar de que todo estaba muy oscuro, le pareció entrever también una
espesa barba descuidada. Hubiera jurado que lo que tenía ante él, era una
especie de vagabundo…de mendigo…
-
¿Qué quieres de mí? Tengo dinero en el despacho,
llévatelo…
Pero no
obtuvo respuesta…
Sin saber
cómo, logró levantarse.
La figura
permanecía estática y seguía sin responder…
Miguel volvió
a salir corriendo. Como pudo, de forma torpe, consiguió llegar a la puerta de
la nave.
Pero no pudo
abrirla…
Desesperado
accionó el botón que abría la compuerta del garaje de la cochera por donde
salían habitualmente los camiones…
No funcionó…
En ese
momento, todos los camiones arrancaron sus motores….el ruido era
insoportable…todos rugían como si alguien apretara su acelerador…
…parecía que
iban a explotar…
A
continuación se encendieron las luces de uno de los camiones, enfocando a la
silueta de ese extraño hombre.
No conseguía
verlo claramente…pero estaba convencido que se acercaba hacia él…
-
Lo siento señor,…tiene que venir conmigo…
jlrr
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