viernes, 21 de marzo de 2014

La decisión de un Diablo - Capítulo 8

No podía permanecer allí, al menos eso pensé. Así que simplemente me fui. No le dije nada a nadie. De mi casa cogí dinero y me largué. Sam volvió a aparecer después de tanto tiempo sin mostrar señales de vida. Cuando salí de la ciudad se acercó a mí.
-¿Ocurre algo? –Entonces se fijó en mi aspecto - ¡Joder! ¿Te encuentras bien? ¡Dime que esa sangre no es tuya! –Negué con la cabeza –menos mal. Por un momento pensé que estabas herido. Ya sé que has estado en cama por aquella pelea, pero sabía que te recuperarías. Además, ver la sangre fuera del cuerpo siempre asusta. ¿Y? ¿Qué ha pasado?
-No importa
-Oye, me preocupo por ti. –Me rodeó con el brazo –Pareces un muerto viviente –como no reaccionaba me detuvo y me miró a los ojos –Vamos, puedes contar conmigo. Estoy a tu servicio al fin y al cabo. –Agaché la cabeza. Hice el intento de hablar
-Marc…Yo… -pero solo salieron lágrimas y llantos. Me abrazó hasta que logré calmarme y pude contarle todo.

Ya que no tenía donde ir, Sam me propuso conocer a mi padre. Acepté. En el estado en el que me encontraba habría dejado que me llevase a cualquier sitio. Como ella había comentado, parecía un zombi. Se fue tan rápido que pareció que había desaparecido. Quizá fue porque yo me había movido casi tan rápido como ella hace poco o quizá por mi estado de shock, pero no me sorprendió en absoluto la velocidad con la que se había ido. Tardó tanto en volver porque su moto era más lenta que ella. Trajo una moto deportiva y me chocó lo suficiente como para sacarme de mi atontamiento que fuera de color rosa. Era de lo más inesperado comparándolo con cómo iba vestida. Se me escapó una pequeña risita.
-¿De qué te ríes? –Me preguntó extrañada
-De nada –y volví a reír
-¿Tienes algún problema con mi moto? –Se estaba mosqueando. Dejé de reír.
-No, no. Ninguno. Te lo aseguro
-Anda. Sube. –dijo con una mirada asesina
-¿No tienes casco? –Pregunté mientras obedecía
-¡Por favor! –bufó antes de dar un acelerón que me obligó a agarrarme a su cintura y pegarme a ella.

El viaje duró varias horas, la luz ya empezaba a volverse rojiza. Nos detuvimos en medio de un bosque. Vi cómo usó su energía para hacer invisible la moto y luego desapareció el rastro de energía.
-Mola –comenté cuando se volvió hacia mi
-Lo sé. -dijo con una sonrisa triunfante -Vamos, sígueme.
Nos adentramos en el bosque y a los cinco minutos paramos. Presionó un árbol y el suelo a nuestros pies se abrió de golpe, sin poder evitar caerme
-¡Yujuuuuu! –escuché gritar a Sam. Caimos en una piscina de agua, en una habitación iluminada por el boquete recién hecho. Ella subió por uno de los bordes. –jajajaja –cuando recobró el aliento suspiró–nunca me cansaré de esto –mientras yo me había pegado un buen susto ella se lo había pasado de miedo. Cuando llegué al mismo borde en el que estaba Sam, comentó -¡Qué soso eres! Podrías haber gritado o algo. Tirarme contigo ha sido como tirarse con un muñeco.
-Perdón por no tener tendencia a gritar –dije saliendo de la piscina. Antes de poder levantarme del todo Sam me quitó la camiseta. Haciendo que casi me estrellara contra el suelo -¡Oye! ¡¿Qué estás haciendo?!
-¿Qué? Habrá que lavarla –dijo extrañada de mi actitud
-Dímelo antes -dije al terminar de levantarme
-¡Quejica! –y se dio media vuelta, llevándose la camiseta y dejando mi torso desnudo. Salimos de aquella sala y la seguí por unos pasillos azules bien iluminados. Si en la zona residencial creía que me podía perder, aquello era un completo laberinto para mí. No había nada que distinguiera las puertas por las que pasábamos. Se detuvo y abrió una de ellas.
-Espera aquí –el interior estaba completamente a oscuras -¡Oye, despierta! –Podía escuchar con claridad lo que sucedía dentro
-¡Oh! Sam, eres tú –oí una voz adormilada
-¡Despierta!
-Déjame –por un segundo creí que era la voz de un niño
-¡Que te despiertes! Tu hijo está aquí
-Ya lo veré más tarde, déjame dormir –Parecía un crío que se resistía a levantarse un domingo por la mañana. En ese momento me pregunté si Sam había influenciado en su comportamiento o viceversa. Tampoco podía creer que el Diablo actuara así.
-¡Vaaaaamos! –Por cómo sonaba diría que estaba haciendo un esfuerzo físico y se confirmó cuando escuché un ¡Plaf! De algo chocar contra el suelo.
-¡Ah! –Menudo golpe pensé –¡No tenías por qué hacer eso! -se quejó la voz masculina
-¡Claaaaro! –contestó burlona.
De la habitación salió un hombre de mi estatura, pelo corto y castaño y los ojos… Nunca había visto unos ojos así: no se podía distinguir el iris de la pupila, parecía que eran la misma parte y era de color azul claro y muy intenso. También era incapaz de ver su energía.
-¡Vaya! Es como mirarse a un espejo –dijo al verme
-No nos parecemos tanto –le respondí
-Ya. Cuando llegues a mi edad verás cuánto nos parecemos. Encantado de conocerte al fin en persona Kazuo. –me miró de arriba abajo –Estás horrible. Ve a ducharte y cambiarte para quitarte toda esa sangre. Sam te ayudará a encontrar la ducha y ropa nueva. Hablemos luego. –No tenía muchas ganas ni de hablar ni de escucharle, así que alargué todo lo que pude aquella ducha. El agua cayendo sobre la cabeza no fue suficiente para quitar la sangre ya seca, solo disimulaba las lágrimas que volvían a caer. Normalmente una ducha me calma y me deja como nuevo, pero las excepciones existen.

Sam me dio ropa nueva y me llevó con el Diablo. Estaba en una habitación circular rodeada de estanterías llenas de libros y una mesa de despacho en el centro. Entre que seguía sin querer hablar y el asombro de la cantidad de libros, me acerqué a las estanterías en vez de ir al centro. Algunos libros ya los había leído, otros solo había oído hablar de ellos y luego estaban los que ni siquiera sabía que existían. Quería empezar a leerlos cuanto antes pero…bueno, tendré que llamarlo padre a partir de ahora. Quería empezar a leerlos pero mi padre se metió por donde estaba caminando para llamar mi atención.
-Puedes leerlos, pero antes me gustaría que hablemos
-¿Sobre qué? -dije sin mucho ánimo
-Me gustaría entrenarte para que sepas manipular tu energía
-¿Para qué? ¿Para destruir el mundo?
-¡¿Qué?! –se sobresaltó -¿Qué tonterías dices?
-Sam me dijo… -empecé extrañado
-¡Sam! –me interrumpió gritando
-¿Qué? Me pareció divertido –dijo sobrecogiendo los hombros y sonriendo. Mi padre se llevó una mano a la cara y suspiró
-Mira –empezó dirigiéndose a mi –las profecías esas no son más que estupideces. La mayoría las escribieron algún Dios o Diablo que se divertían asustando o diciendo al mundo algo que pensaban hacer. En uno de estos libros están recogidas la mayoría de esas supuestas profecías, quién la escribió y por qué. Que la gente le de esa importancia es cosa suya. –Hizo una pausa y pensó qué decir a continuación. -¿Sam te ha contado mi pelea con Dios? –asentí con la cabeza –creo que es posible que él pudo escribirla para convencer a su hijo y el resto de la humanidad para matarte. Por eso mismo quiero entrenarte, para que te puedas defender. –me agarró por los hombros –sé que estás entrenado en combate y defensa personal, pero también tienes que aprender a aprovechar tu energía si quieres sobrevivir. Cómo utilices lo que aprendas ya es cosa tuya. –Quizá al resto del mundo le de igual morir creyendo que lo que llaman alma está bien, pero yo no. No quería morir porque un imbécil con aires de grandeza quisiera matarme.
-Está bien
-¡Genial! –se separó de mí y se frotó las manos –empezaremos cuando quieras. –como Sam me dijo una vez, no debía fiarme de la primera impresión. Mi padre actuaba como Sam, pero cuando hablaba en serio como en las lecciones, se notaba su madurez.

Al principio costaba mucho entender los conceptos básicos, pero en seis meses aprendí todo lo que se podía sobre la energía y sobre los libros que había. La energía, como su nombre indica, es sólo un combustible para el cuerpo. Entra en la etapa antes de nacer y los que no reciben suficiente energía nacen muertos. No solo es inagotable, sino que todo esfuerzo físico y mental la genera, entrando en un ciclo de consumir y generar. Incluso la propia energía puede entrar por sí sola en ese ciclo si no encuentra un cuerpo, aunque es todavía menos efectiva su generación. Al final de la vida de un ser vivo, la energía que transfiere al siguiente de su misma especie es mayor que la que recibió, aunque la diferencia no es muy grande es suficiente para que la especie se vaya volviendo más fuerte. Existen tres estados de energía dependiendo de lo que el cuerpo siente: calma, miedo, ira. Calma: el color que muestra es azul, como estoy acostumbrado a ver. Miedo: confirmé que el color amarillo está relacionado con el miedo extremo y que tendía a intentar proteger el cuerpo. Ira: de color rojo y la máxima expresión de poder que puede mostrar la energía, eso explicaba por qué fue tan fácil matar a aquellas personas teniendo en cuenta que desconocía como aprovechar mi propia energía. Protege y restaura el cuerpo todo lo que puede dependiendo de la cantidad que uno posea. Eso me aclaró cómo me había recuperado tan pronto de los huesos rotos y mi padre me contó que de la pelea con Dios salió sin un brazo y él sin una pierna. A medida que entrenaba ponía a prueba mis límites. Esas pruebas dolían: me cortaba un dedo, me hacía agujeros en el cuerpo. Con horas de concentración conseguía recuperarme y estar como nuevo. Peleaba contra Sam para acostumbrar a tener mi energía como un escudo y saber usarla en el combate. Nunca conseguí vencerla. “Tranquilo, cuando termines de quitarme la energía no te supondrá ningún problema” me decía mi padre cuando paraba el combate y yo estaba cubierto de mi propia sangre. Las posibilidades que me permitía mi cantidad de energía eran infinitas. No solo aprendí a manejarla en mi cuerpo, aprendí a extenderla, llegando a ocupar una habitación entera. También era capaz de crear pequeños objetos materializando la energía. “Esos objetos pueden durar milenios sin ningún síntoma de desgaste” me comentó mi padre.


Leí todos los libros que había en la biblioteca. Uno hablaba de lo que había en el espacio.  Otro sobre posibles formas de curar enfermedades o aliviar síntomas. No podía parar de leer, fascinado de que alguien se arriesgara a investigar todo lo que había escrito. Me pareció extraño que algunos contaran sobre cosas que según el libro era normal, pero nunca había visto los objetos de los que hablaba. Mi padre me aclaró que todos esos libros más extraños como los que acababa de nombrar eran de otros universos. La posibilidad de hallar más conocimientos y encontrarme con gente que intenta salvar vidas  me impulsó a querer terminar mi entrenamiento y viajar entre universos como había hecho él. Aunque lo más interesante de los escritos que encontré fue toparme con el diario del primer Diablo. Recuerdo perfectamente cada entrada. Me hizo cambiar la idea que tenía sobre Dios y Diablo. Me hizo ver, que solo somos así de poderosos porque estamos en un planeta débil.

jRS
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