-
¿Qué queréis de mí?
Fue la
pregunta más repetida por él en las últimas horas.
No sabía
dónde estaba. Tampoco reconocía quienes eran esas extrañas personas a su
alrededor. Tampoco recordaba mucho de él, sólo algunas imágenes, recuerdos
vagos. Sólo estaba convencido de una cosa, el dolor de su cuerpo había
desaparecido. Volvió a cerrar los ojos, la luz era muy intensa y le molestaba, pero
por primera vez desde hace mucho tiempo sintió paz.
-
Dejadlo descansar un poco más…
Pasaron las
horas, o los días, o los minutos, o los segundos…
…la verdad es
que nunca lo sabrá.
Jamás podrá
explicar la sensación ilógica que tuvo en esos momentos. Sueño, tranquilidad,
incertidumbre, curiosidad, incluso placer. Miedo no. Curiosamente nunca
tuvo miedo. Pensó sobre eso posteriormente, tiempo después, pero nunca encontró
una respuesta. Desde ese instante nunca más tuvo miedo. Como si su mente no
conociera esa emoción.
Poco a poco
fue despertando. La molestia en los ojos fue desapareciendo y la luz ya no era
tan cegadora. El lugar donde estaba era un poco extraño. Dedicó los primeros
instantes a mirar todo lo que le rodeaba. Estaba acostado sobre una especie de
camilla, o algo así. La habitación no parecía la de un hospital. No había prácticamente
nada alrededor, solo cuatro paredes, una puerta y un gran espejo. El lugar era
muy extraño, pero por un momento le
recordó a aquellas salas de interrogatorios que se ven en las películas. Esto
le hizo pensar que lo más seguro hubiera gente observándole detrás del cristal.
No se confundió.
No se confundió.
Decidió incorporarse.
Sin precaución alguna, se levantó y se sentó sobre la camilla. Entonces se dio
cuenta que iba vestido igual que cuando…
…y empezó a
recordar…
…a recordarlo
todo…absolutamente todo…
…y con mucha
claridad.
Toda su vida,
sin dejar detalle, pasó por sus ojos durante unos segundos. Su infancia, su
adolescencia, sus años de universidad, su matrimonio. Y entonces llegó el dolor:
su adicción al alcohol, las peleas en casa, su separación, su huida, su viaje a
un lugar lejano, sus dos años viviendo en la calle…y como en un película, su
final.
Su muerte.
Entonces el
dolor fue horrible. Insoportable. Gritó de rabia, pero el llanto y el dolor no
dejaron que el grito se hiciera sonido. Se arrodilló en el suelo. Se derrumbó y
lloró. No paró de llorar. Lloró hasta que no quedó ninguna lágrima en su cuerpo.
Pasaron los
segundos, o los minutos, o las horas…
¿O no?
No tenía
sensación de que el tiempo pasara, todo era como un sueño. Pero estaba convencido
que lo que le estaba ocurriendo era real. Lo mismo ocurría con lo que recordó. Era muy real.
Seguía
dolorido, no era dolor físico. Era mucho más grave, más intenso.
Las emociones
se agolpaban como intentando hacerse visibles todas a la vez.
Sentía
nostalgia de sus primeros años. De su infancia, de su madre. Incluso de su
padre. A pesar de los recuerdos de peleas y gritos. A pesar de todos aquellos
momentos, cuando era un adolescente, que le hicieron sentir el joven más
desgraciado. A pesar de todas las veces que suplicaba salir de esa familia, de
escapar y no volver nunca más. A pesar de todo ello, los echaba de menos. No
sentía ira hacia ellos, ni rencor. Era como si viera su infancia con una
madurez propia de un anciano sabio que observa todo con la perspectiva del paso
del tiempo. Entendió que su padre tampoco fue culpable de lo que le ocurrió,
que en el fondo también fue un desgraciado que la vida y el alcohol no le
permitían ver más allá de su dolor. Sintió lástima por ellos. Por todos.
Sintió tristeza
al recordar sus años de universidad…allí la conoció a ella…la mujer que se
enamoró de él.
Fueron los
mejores años, lejos de los gritos de su casa, con amigos, con pareja. Después
llegó su boda y su hija. Su princesa…
…tristeza al
pensar cómo se fue todo al carajo.
Sentía, de
nuevo, la soledad. Quién diga que la soledad no es una emoción se equivoca. Eso
lo dicen porque jamás han sentido lo que provoca. Lo que duele. Estar sólo de
verdad, sentirte como algo innecesario, inservible, sin utilidad. Sin nadie que
te eche de menos. Cuando ya no están los que tú más quieres. Ese dolor no se
puede describir. Cuando solamente te dejas llevar esperando que acaben tus días…
…porque el
suicidio te parece insuficiente castigo para ti.
Quitarte la
vida es la recompensa más fácil y más deseada, pero no te la mereces. Es
demasiado premio.
Llegaron más
sentimientos… Una mezcla intensa de sentimientos y emociones contradictorias. Sintió rabia por cómo le
trataron los últimos días, por cómo se negaron a tenderle…
…pero también
experimento gratitud al ver de nuevo la mirada de ese joven que intentaba
ayudarle…
Al final
sintió alivio al revivir sus últimos instantes.
Con su cuerpo
tumbado totalmente sobre el suelo, y su cabeza apoyada en las lágrimas que
había derramado, esbozó una ligera mueca de satisfacción. Se había dado cuenta
que todo había acabado…
Detrás del
espejo, dos personas observaban atentos la escena. Pasaron varios minutos hasta
que uno de ellos comenzó a hablar:
-
¿Qué te parece?
-
No sé,…sus sentimientos han sido muy variados, pero
la rabia no los ha monopolizado. No creo que le inunde la sed de venganza…
-
Entonces, nos servirá, ¿no?
-
Eso parece…
-
Tenemos que tener cuidado, no podemos fallar otra
vez…el jefe no lo consentiría…
-
No tenemos muchas más opciones. De todos éste
parece el más conveniente…vamos a hablar con él…
Los dos
hombres se dirigieron a la puerta que comunicaba con la celda donde seguía tumbado
el vagabundo.
jlrr
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