martes, 25 de marzo de 2014

Homeless. Cuarto acto NACIMIENTO. (14) Despertar.

-      ¿Qué queréis de mí?

Fue la pregunta más repetida por él en las últimas horas.

No sabía dónde estaba. Tampoco reconocía quienes eran esas extrañas personas a su alrededor. Tampoco recordaba mucho de él, sólo algunas imágenes, recuerdos vagos. Sólo estaba convencido de una cosa, el dolor de su cuerpo había desaparecido. Volvió a cerrar los ojos, la luz era muy intensa y le molestaba, pero por primera vez desde hace mucho tiempo sintió paz.

-      Dejadlo descansar un poco más…

Pasaron las horas, o los días, o los minutos, o los segundos…

…la verdad es que nunca lo sabrá.

Jamás podrá explicar la sensación ilógica que tuvo en esos momentos. Sueño, tranquilidad, incertidumbre, curiosidad, incluso placer. Miedo no. Curiosamente nunca tuvo miedo. Pensó sobre eso posteriormente, tiempo después, pero nunca encontró una respuesta. Desde ese instante nunca más tuvo miedo. Como si su mente no conociera esa emoción.

Poco a poco fue despertando. La molestia en los ojos fue desapareciendo y la luz ya no era tan cegadora. El lugar donde estaba era un poco extraño. Dedicó los primeros instantes a mirar todo lo que le rodeaba. Estaba acostado sobre una especie de camilla, o algo así. La habitación no parecía la de un hospital. No había prácticamente nada alrededor, solo cuatro paredes, una puerta y un gran espejo. El lugar era muy extraño, pero por un  momento le recordó a aquellas salas de interrogatorios que se ven en las películas. Esto le hizo pensar que lo más seguro hubiera gente observándole detrás del cristal. 

No se confundió.

Decidió incorporarse. Sin precaución alguna, se levantó y se sentó sobre la camilla. Entonces se dio cuenta que iba vestido igual que cuando…

…y empezó a recordar…
…a recordarlo todo…absolutamente todo…
…y con mucha claridad.

Toda su vida, sin dejar detalle, pasó por sus ojos durante unos segundos. Su infancia, su adolescencia, sus años de universidad, su matrimonio. Y entonces llegó el dolor: su adicción al alcohol, las peleas en casa, su separación, su huida, su viaje a un lugar lejano, sus dos años viviendo en la calle…y como en un película, su final.

Su muerte.

Entonces el dolor fue horrible. Insoportable. Gritó de rabia, pero el llanto y el dolor no dejaron que el grito se hiciera sonido. Se arrodilló en el suelo. Se derrumbó y lloró. No paró de llorar. Lloró hasta que no quedó ninguna lágrima en su cuerpo.

Pasaron los segundos, o los minutos, o las horas…

¿O no?

No tenía sensación de que el tiempo pasara, todo era como un sueño. Pero estaba convencido que lo que le estaba ocurriendo era real. Lo mismo ocurría con  lo que recordó.  Era muy real.

Seguía dolorido, no era dolor físico. Era mucho más grave, más intenso.

Las emociones se agolpaban como intentando hacerse visibles todas a la vez.

Sentía nostalgia de sus primeros años. De su infancia, de su madre. Incluso de su padre. A pesar de los recuerdos de peleas y gritos. A pesar de todos aquellos momentos, cuando era un adolescente, que le hicieron sentir el joven más desgraciado. A pesar de todas las veces que suplicaba salir de esa familia, de escapar y no volver nunca más. A pesar de todo ello, los echaba de menos. No sentía ira hacia ellos, ni rencor. Era como si viera su infancia con una madurez propia de un anciano sabio que observa todo con la perspectiva del paso del tiempo. Entendió que su padre tampoco fue culpable de lo que le ocurrió, que en el fondo también fue un desgraciado que la vida y el alcohol no le permitían ver más allá de su dolor. Sintió lástima por ellos. Por todos.

Sintió tristeza al recordar sus años de universidad…allí la conoció a ella…la mujer que se enamoró de él.
Fueron los mejores años, lejos de los gritos de su casa, con amigos, con pareja. Después llegó  su boda y su hija. Su princesa…

…tristeza al pensar cómo se fue todo al carajo.

Sentía, de nuevo, la soledad. Quién diga que la soledad no es una emoción se equivoca. Eso lo dicen porque jamás han sentido lo que provoca. Lo que duele. Estar sólo de verdad, sentirte como algo innecesario, inservible, sin utilidad. Sin nadie que te eche de menos. Cuando ya no están los que tú más quieres. Ese dolor no se puede describir. Cuando solamente te dejas llevar esperando que acaben tus días…
…porque el suicidio te parece insuficiente castigo para ti.

Quitarte la vida es la recompensa más fácil y más deseada, pero no te la mereces. Es demasiado premio.
Llegaron más sentimientos… Una mezcla intensa de sentimientos y emociones  contradictorias. Sintió rabia por cómo le trataron los últimos días, por cómo se negaron a tenderle…

…pero también experimento gratitud al ver de nuevo la mirada de ese joven que intentaba ayudarle…
Al final sintió alivio al revivir sus últimos instantes.

Con su cuerpo tumbado totalmente sobre el suelo, y su cabeza apoyada en las lágrimas que había derramado, esbozó una ligera mueca de satisfacción. Se había dado cuenta que todo había acabado…

Detrás del espejo, dos personas observaban atentos la escena. Pasaron varios minutos hasta que uno de ellos comenzó a hablar:

-      ¿Qué te parece?
-      No sé,…sus sentimientos han sido muy variados, pero la rabia no los ha monopolizado. No creo que le inunde la sed de venganza…
-      Entonces, nos servirá, ¿no?
-      Eso parece…
-      Tenemos que tener cuidado, no podemos fallar otra vez…el jefe no lo consentiría…
-      No tenemos muchas más opciones. De todos éste parece el más conveniente…vamos a hablar con él…

Los dos hombres se dirigieron a la puerta que comunicaba con la celda donde seguía tumbado el vagabundo.

jlrr
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