sábado, 8 de marzo de 2014

La decisión de un Diablo - Capítulo 2

A medida que avanzaba por la abarrotada ciudad en plena noche, empezó a dolerme la cabeza. Tuve que detenerme un par de veces, por la intensidad que llegaba a alcanzar en ciertos momentos. Cuanto más tiempo pasaba con el dolor, más claramente podía ver en mi mente unas siluetas azules que rodeaban a las personas que estaban cerca de mí.  Incluso veía a los que estaban en mi espalda y mis ojos no captaban. Todo me parecía muy raro y lo asocié a mi altercado con Eduard... o que la comida me estaría sentando mal y de una forma muy extraña.

Ya en la zona residencial, iluminado solo por la luna, las estrellas y la luz residual que había en algunas casas pensé que dejaría de verlo, pero me equivoqué: Aparte de ver siluetas en las casas cercanas por las que pasaba, seguía habiendo una imagen que me seguía y pensé que me estaba volviendo loco. Giré y me acerqué a lo que mi mente veía, quería comprobar si mis ojos también lo hacían. Nada más acercarme desapareció. Volví a seguir mi camino y la imagen reapareció justo en mi espalda. Me di media vuelta y vi a una mujer, joven, de mi estatura, con una leve sonrisa. Me separé, un poco extrañado. Tenía el pelo más corto que yo y de color rojo intenso como el fuego. Hablando de fuego, tenía un tatuaje que asemejaba a una fina llama: negra por dentro y la parte de fuera de color rojo, recorría su cuerpo de la cabeza a los pies. Empezaba por el ojo derecho, bajaba por encima de la nariz y seguía dando la vuelta por debajo de la oreja izquierda, para reaparecer en el hombro derecho. El tatuaje se deslizaba en línea recta hasta la izquierda de la cadera y en la pierna de ese lado caía hasta el pie como una escalera de caracol. Se le podía ver casi todo el tatuaje pues solo llevaba una pequeña chaqueta que estaba abierta y llegaba hasta las costillas. Unos pantalones muy cortos y ajustados, unos guantes sin cubrir los dedos, unas zapatillas deportivas y debajo de la chaqueta solo llevaba el sujetador. Todo de color negro.

No dejaba de mirarme y yo la veía dos veces, una con mis ojos y otra la silueta que aparecía en mi mente. La misma silueta que creía que estaba siguiéndome. Como no decía nada me di media vuelta e intenté seguir mi camino, pero nada más girar me la encontré delante mía otra vez. Miré atrás, extrañado, ¿cómo se había movido tan rápido? Volví a mirarla y aventuré a preguntar:

-¿Quieres algo?
-A ti.

Callé un momento esperando que siguiera, pero no lo hizo y volví a preguntar.

-¿Te puedes explicar mejor?
-Sí

El silencio se mantuvo otro rato. Esto me empezaba a fastidiar ¿Se estaba quedando conmigo?

-¿Vas a explicarte?
-Estoy pensando cómo...

Mantenía su sonrisa y no apartaba sus ojos de mí mientras yo permanecía serio e intentaba descifrar qué quería decir sin conseguirlo.

-Kazuo, ¿Sabes sobre una profecía que se descubrió hace veinte años?
-Otra con el mismo tema, me estoy cansando un poco de esa dichosa profecía.
-Qué pena-la sonrisa se amplió por su derecha hasta mostrar los dientes e inclinó un poco la cabeza- porque tú eres quien va a cumplirla.

Me quedé un momento pensando y empecé a reírme de esa absurda idea mientras la sonrisa de ella desapareció.

- No te rías, es la verdad Kazuo, tú eres el hijo del Diablo.
-Ya claro...
-Entonces ¿cómo supiste que te estaba siguiendo?
-Pues...- Reconozco que ahí me dejó sin habla-...pero el Diablo tiene los ojos rojos -intenté defenderme
-Esos estúpidos que idolatran a Dios e intentan meterte sus ideas en la cabeza no saben nada. Olvídate de todo lo que te cuentan de Dios y el Diablo porque es mentira.
-Acabas de decirme que esa profecía donde el Diablo destruye el mundo se va a cumplir.
-Vale, me he pasado, pero la cuestión es que no saben toda la verdad. Por ejemplo... lo de los ojos, ¿quieres que se te vuelvan rojos para demostrarte que no intento quedarme contigo? Prueba a enfadarte -empezó a presionar mi pecho a medida que hablaba- a enfadarte tanto que parezca que el corazón necesita salir del cuerpo debido a cómo arde, a cómo te quema- su ligera sonrisa volvió- dime, ¿alguna vez has sentido tanta ira como la que te describo? - hizo una pausa- no, no lo has sentido y lo sé mejor que nadie. Te vigilo desde el día que naciste, lo sé todo sobre ti Kazuo.- Se separó de mí y se puso seria- si no quieres creerme no pasa nada, ya lo verás por ti mismo a medida que el poder entre en tu cuerpo.

Y con eso se dio media vuelta e hizo ademán de irse, pero la retuve de la muñeca izquierda.

-Eso no me sirve para saber por qué me estás siguiendo-Mostraba enfado mientras ella se inclinó hacia atrás, manteniendo el equilibro gracias a que la estaba sujetando y me miraba con una sonrisa cada vez más burlona. Se estaba divirtiendo a mi costa.

-¿Cuánta explicación necesitas? Te vigilo bajo las órdenes del Diablo. ¿Contento?
-Solo te estás burlando de mí y no me gusta nada.-Entre el dolor de cabeza que no paraba y esta mujer que me contaba cosas que no tenían sentido para mí en ese momento, cada vez estaba más cabreado.
-Oye, con ese dolor de cabeza dudo que lo puedas asimilar de golpe, ¿Por qué no te vas a dormir y hablamos mañana? Tengo que preguntarle a tu padre cómo debo actuar, ahora que sabes que estoy aquí. -Le sujeté la muñeca con más fuerza pero ella parecía no notarlo -¿Intentas hacerme daño? ¡Oh vamos! -se bufó -Alguien que no sabe ni qué ve, no puede hacerme nada. Por mucho hijo del Diablo que seas yo tengo más entrenamiento que tú en el manejo de la energía.
-¿De qué?
-¡Ah!, perdona, el manejo del alma. ¿Lo entiendes mejor con ese término? Ahora suéltame- Al ver que no hacía caso su sonrisa fue desapareciendo. Su cara pasó de mostrar diversión a mostrar aburrimiento. La solté y dio un paso atrás para no caer. Su leve sonrisa del principio volvió -Gracias. Ya hablamos mañana.

Y se fue a trote mientras yo me quedé quieto viendo cómo desaparecía de mi vista al girar en una esquina. Aún así, seguía viendo esa silueta hasta que se alejó lo suficiente. Antes de seguir mi camino, otro golpe de dolor me obligó a estar agachado unos segundos. Cuando pasó terminé mi trayecto a casa. Mis padres no estaban, se habrían ido a cenar fuera como yo hice. Subí a mi habitación y me dejé caer en la cama. No se cómo, pero conseguí dormir a pesar del dolor.

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