- Antonio aquí hay un señor extranjero que viene a
realizar un ingreso de doscientos mil euros. He imaginado que quería ser usted
quien le tramitara la operación.
-
Doscientos mil…no está mal, estos son los que me
gustan…hágale pasar Milagros, hágale pasar…
El banquero
se relamía como un niño en la puerta de una pastelería cuando escuchaba esas
cifras de dinero. La verdad es que como actor no tenía precio y ya estaba
ensayando una de sus mejores sonrisas para recibir al millonario de turno. Y un
extranjero nada menos. Eran tiempos difíciles y no estaba el tema para dejar
escapar piezas de este tipo.
Muy educadamente
Milagros dio dos golpes en la puerta del despacho de su jefe antes de entrar.
-
Con permiso Don Antonio. Le presento a Don Valiry
Valtomov.
-
Pase pase…eh…un momento…
El banquero
no salía de su asombro…
-
Esto… esto debe tratarse de una broma….
Antonio
dirigió la mirada a su ayudante que puso cara de no entenderle…
- Mira Milagros
no me esperaba esto de ti…seguro que te han liado los cabrones de Alberto y
Juan para que tengáis un rato de cachondeo a mi costa…
La secretaria
permanecía con gesto de sorpresa por la reacción de su jefe…
-
Don Antonio…yo…este señor...ha llegado a la oficina
y he pensado…
-
¡Largo de aquí los dos….! ¡Fuera de aquí!
-
Oiga señor…que se ha creído, respondió el señor
Valtomov incrédulo y ofendido ante la respuesta del director del banco.
-
¡Qué os marchéis, coño! ¡Y tú guarro, a ver si te lavas un poco!
Al mismo
tiempo que pronunciaba estas palabras Antonio los sacó del despacho a empujones
y cerró su puerta dando un portazo…
Ya fuera, la
pobre Milagros miraba avergonzada al millonario cliente.
-
¡En mi vida nadie me había tratado así! ¡Ya tendrán
noticias mías y de mi abogado!, gritaba el señor, que a pesar de su acento
extranjero hablaba perfectamente nuestro idioma.
Todos en la
oficina se apresuraron a la cercanía del despacho para ver que estaba
ocurriendo, pero a algunos solo le dio tiempo de ver como el enfadado Señor
Valtomov se marchaba del lugar.
- Yo…yo no sé
qué ha pasado, balbuceaba la pobre secretaria que se había quedado en la puerta
completamente trastornada…
Dentro del
despacho Antonio seguía jurando en hebreo. Alguna vez que otra se habían
gastado alguna broma entre los jefes de distritos, pero esta vez se habían
pasado. ¿De dónde cojones habían sacado a ese tío? Seguramente le habrían
ofrecido dinero al primer mendigo que habían visto en la entrada del metro o sentado
en la acera. Pero de todas formas lo que
más le sorprendía era que hubieran convencido a Milagros para esto. Una mujer
tan seria y efectiva en su trabajo, ¿Cómo se había prestado a gastarle una
broma así a su jefe? En cuanto se calmara un poco iba a hablar muy seriamente
con ella:
-
A esta se le van a quitar las ganas de más
gracias…y en cuanto a los otros cabrones ya se enteraran, ya…
Sentado de
nuevo en la mesa de su despacho pensó que lo mejor para que se le pasara un
poco el enfado era ponerse a trabajar. Se centraría en los números y después
más tranquilo ya pensaría en cómo actuar. Así, dispuesto a olvidar por un
momento lo sucedido tomó unos extractos de cuenta que tenía sobre el teclado de
su ordenador y comenzó a teclear los datos. Había estado preparando en los
últimos días, una reunión con todos los jefes de las sucursales a su cargo.
Había que ponerlos firmes, ya que últimamente algunos de sus subordinados se le
estaba subiendo a las barbas con la excusa de la “presión social”. Además la
dimisión de uno de ellos resultaba una afrenta y había que sacar un poco el
látigo para que todos volvieran al redil. Si no, cada vez que un “loco” se
tirara por la ventana en este país tendría que afrontar una rebelión.
Pasaron las
horas sin que nadie le molestara. Era extraño que no le hubieran pasado ni una
sola llamada en toda la mañana. Miró su reloj y comprobó que ya había pasado la
hora de salida en la oficina.
-
Milagros…-dijo pulsando la tecla del teléfono que
le pasaba directamente con su secretaria…
-
Sí, Antonio…- se notaba en la voz que la
trabajadora todavía estaba temblorosa…
-
Me quedaré un rato más para acabar de preparar la
reunión del viernes…puedes irte…-le comentó muy serio el director- ¡ah!... y
por cierto, que sepas que no se me ha olvidado tan fácilmente la bromita de
esta mañana…ya hablaremos tu y yo…
Antonio colgó
la llamada y volvió a prestar toda la atención en la pantalla de su ordenador…
…
-
Veo que no has aprendido la lección…
Antonio dio
un salto en su cómodo sillón de ejecutivo. Sus ojos no daban crédito al ver quien
estaba sentado delante suya otra vez. El vagabundo había vuelto. No sabía cómo lo había hecho. Antonio miró a
su puerta y permanecía cerrada, no había escuchado siquiera el sonido al abrirla
-
Usted… ¿co...cómo ha entrado?, le contestó el
director tartamudeando…
-
Hombre Antonio, no me digas que tratas así a todos
tus clientes…
-
Oiga no le permito que…
Entonces el
banquero intentó levantarse de su asiento pero no sabía muy bien porque su
cuerpo no le respondía…
-
Bien pensado, continuó Homeless, al menos a mí no
me has apretado la soga al cuello.
Antonio quedó
paralizado, sin habla. Sin embargo si podía notar perfectamente como todo su
cuerpo temblaba…
-
Mire, no sé quién es usted – Antonio tuvo que
reunir todas sus fuerzas para poder acabar la frase – pero si no se marcha
tendré que llamar a seguridad…
Homeless
permaneció en silencio un rato. No le hacía falta hablar mucho más para llevar
a su presa al pánico más absoluto. Su barba y su sombrero prácticamente tapaban
su rostro, pero eran sus ojos los que dejaban petrificados al banquero. Su mirada
sabía inyectar dolor sobre presas…
…miedo,…pánico
directo a las venas de personas que lo experimentaban por primera vez en sus
carnes.
-
Vamos señor director, acompáñeme a dar una
vueltecita en coche…
jlrr
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