No lo podía
creer.
Ella había
puesto toda la esperanza en ese hombre. Sin embargo las últimas palabras que acababa de escuchar le
sonaban a una velada amenaza. Una amenaza no sólo a su integridad física, sino
a su moralidad y a la de sus ideas.
-
Elena, si esto sale a la luz, estamos muertos...
No quería
escucharlo más, aun así todavía tuvo tiempo de oír sus palabras antes de salir
por la puerta.
-
No creas que van a dejar que ésto salga en los
periódicos sin más. Lo manipularan todo para que tú parezcas una de las
implicadas. Buscaran a un muñeco al que culpar de todo y tú serás su ayudante,
¡te convertirán en una de las que estaba trincando...!
Era un último
intento de detenerla. Pero también sonaba a excusa, como si él no pudiera hacer
nada, como si él estuviera implicado en la trama por obligación, bajo
amenaza...pero no era así. Simplemente era uno más.
Se marchó
dando un portazo y salió corriendo por el pasillo. Todo fue tan rápido que
incluso no advirtió a los dos compañeros, que al verla salir agitada, se
acercaron a preguntarle qué había ocurrido. Ni siquiera los miró. No los vio. Y
como un cervatillo que escapaba de su cazador, buscó un lugar más seguro. Sus
ojos miraba posibles salidas mientras corría.
Instintivamente
entró en el aseo y allí se encerró en uno de los lavabos. Se sentó en la taza
del váter y cerró el pestillo. No quería que nadie la viera. Quería gritar, ponerse
histérica... pero todo lo ahogó en su llanto. Las lágrimas hubieran querido
inundar su cara en el despacho, pero hasta entonces no les había
permitido salir de sus ojos. No consintió que ese hombre la viera llorar,
flaquear. No quería que pensara que todo esto se iba a calmar con sus palabras.
Conquistándola otra vez para después engañarla. Se sentía idiota. ¿Cómo se había dejado
engañar por aquellos que ella misma criticaba hace unos años? Si pensaba que todos
eran unos corruptos, ¿por qué se dejó convencer por sus palabras?.
Lo que más
odiaba es que ella sabía la respuesta.
Su ego, su propio ego. Ese que todos
negamos siempre tener pero que en el fondo es la verdadera razón de todas la
disputas. En ese momento, recordó la última escena de una película llamada
"Pactar con el Diablo" donde el demonio con la imagen de Al Pacino
insistía una y otra vez:
"La vanidad es mi pecado favorito"…
…en esas
mismas garras ella se había dejado atrapar, y todo por vanidad.
Por su
vanidad.
Bastaron unas
pocas palabras animando su ego para que ella se dejara llevar...
Estaba
asqueada, de todos y de todos. Se sentía culpable por entrar en ese mundo. Por
defenderlo en tantas ocasiones con justificaciones absurdas. Y ahora estaba
atrapada.
Seguía
llorando. Con la cabeza entre las piernas, ni siquiera se percató del tiempo que pasó encerrada en ese
baño.
Pero el aire volvió a sus pulmones. De repente
tomó una decisión. Ni siquiera la pensó demasiado. Pero lo había decidido. En
ese instante cerró el grifo de las lágrimas y volvió a jurarse que no saldría
ninguna más. Su gesto cambió por completo. Su mirada estaba fija en un punto
como si delante de ella no tuviera la puerta cerrada de un baño sino a un jefe desgraciado que acababa de amenazarla a ella y a todo en lo que ella creía.
Cogió aire y se levantó de la taza del váter. Abrió la puerta y como si nada
hubiese ocurrido, se acercó al lavabo, abrió el grifo, se enjuagó la cara y
lavó sus manos. Después las secó, aunque ni siquiera escuchó el molesto ruido
del secador. Acabó de arreglarse y salió del baño.
No sabía la
razón, pero ahora no tenía prisa. Era como si su mente estuviera deseando que
él apareciera de nuevo. Le encantaría decirle delante de todos lo que estaba
ocurriendo en su partido. Lo asqueroso que era lo que había descubierto, y
sobre todo, decirle que lo iba a hundir.
"La
vanidad es mi pecado favorito".
Si, ya lo sé “Al”, tienes razón,
pensó.
Otra vez la
vanidad. Pero no le importaba, ahora no le asqueaba. La iba utilizar para que
todo saliera a la luz. Ella se iba a convertir en la persona que destaparía a
todos aquellos sinvergüenzas. Una heroína que acabaría con todos ellos. Sonrío
al pensar como los dos significados de la palabra heroína se unirían en esta
ocasión. Por un lado se convertiría en un héroe, en un símbolo de la lucha
contra la clase política corrupta. Por otro lado, acabaría con ellos al igual
que la droga acaba con los que la usan. Los mataría desde dentro. Y ella tenía
la información necesaria para hacer que la bomba nuclear estallara. Y pensaba
apretar el botón.
Cuando volvió
a concentrarse se dio cuenta que había salido del edificio. Ni siquiera había
recogido sus cosas. De todas formas, no pensaba volver a entrar, no quería ni
siquiera girar la cabeza y ver la puerta de entrada a la sede. Simplemente le
asqueaba.
Llamó a un
taxi. Subió a él. Cuando se sentó, se dio cuenta que ni siquiera había pensado
donde iba a ir.
- Usted dirá
- le preguntó el taxista mirándola a través del espejo del conductor.
Elena se
quedó callada por un instante. Entonces se dio cuenta que su teléfono móvil
vibraba dentro del bolsillo de su chaqueta. Ella le había quitado el sonido
antes de entrar en el despacho. Lo sacó
y miró quién la llamaba. Asintió con la cabeza, antes de descolgar:
- Si, hola
Carlos. Ya lo he decidido. Vamos a destaparlo todo...¿si quiero que lo publiques?...ahora
voy para allá.
Elena colgó y miró al taxista:
- Al edificio
Miró, por favor.
- Esa es la
sede del periódico "Universo" ¿verdad?
- Sí, allí
mismo.
jlrr
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