lunes, 24 de marzo de 2014

Homeless. Segundo acto RECHAZO. (7) Mentira.


No lo podía creer.

Ella había puesto toda la esperanza en ese hombre. Sin embargo  las últimas palabras que acababa de escuchar le sonaban a una velada amenaza. Una amenaza no sólo a su integridad física, sino a su moralidad y a la de sus ideas.

-      Elena, si esto sale a la luz, estamos muertos...

No quería escucharlo más, aun así todavía tuvo tiempo de oír sus palabras antes de salir por la puerta.

-      No creas que van a dejar que ésto salga en los periódicos sin más. Lo manipularan todo para que tú parezcas una de las implicadas. Buscaran a un muñeco al que culpar de todo y tú serás su ayudante, ¡te convertirán en una de las que estaba trincando...!

Era un último intento de detenerla. Pero también sonaba a excusa, como si él no pudiera hacer nada, como si él estuviera implicado en la trama por obligación, bajo amenaza...pero no era así. Simplemente era uno más.

Se marchó dando un portazo y salió corriendo por el pasillo. Todo fue tan rápido que incluso no advirtió a los dos compañeros, que al verla salir agitada, se acercaron a preguntarle qué había ocurrido. Ni siquiera los miró. No los vio. Y como un cervatillo que escapaba de su cazador, buscó un lugar más seguro. Sus ojos miraba posibles salidas mientras corría.

Instintivamente entró en el aseo y allí se encerró en uno de los lavabos. Se sentó en la taza del váter y cerró el pestillo. No quería que nadie la viera. Quería gritar, ponerse histérica... pero todo lo ahogó en su llanto. Las lágrimas hubieran querido inundar su cara en el despacho, pero hasta entonces no les había permitido salir de sus ojos. No consintió que ese hombre la viera llorar, flaquear. No quería que pensara que todo esto se iba a calmar con sus palabras. Conquistándola otra vez para después engañarla. Se sentía idiota. ¿Cómo se había dejado engañar por aquellos que ella misma criticaba hace unos años? Si pensaba que todos eran unos corruptos, ¿por qué se dejó convencer por sus palabras?. 

Lo que más odiaba es que ella sabía la respuesta. 

Su ego, su propio ego. Ese que todos negamos siempre tener pero que en el fondo es la verdadera razón de todas la disputas. En ese momento, recordó la última escena de una película llamada "Pactar con el Diablo" donde el demonio con la imagen de Al Pacino insistía una y otra vez: 

"La vanidad es mi pecado favorito"…

…en esas mismas garras ella se había dejado atrapar, y todo por vanidad.

Por su vanidad.

Bastaron unas pocas palabras animando su ego para que ella se dejara llevar...

Estaba asqueada, de todos y de todos. Se sentía culpable por entrar en ese mundo. Por defenderlo en tantas ocasiones con justificaciones absurdas. Y ahora estaba atrapada. 

Seguía llorando. Con la cabeza entre las piernas, ni siquiera se percató del tiempo que pasó encerrada en ese baño.

Pero el aire volvió a sus pulmones. De repente tomó una decisión. Ni siquiera la pensó demasiado. Pero lo había decidido. En ese instante cerró el grifo de las lágrimas y volvió a jurarse que no saldría ninguna más. Su gesto cambió por completo. Su mirada estaba fija en un punto como si delante de ella no tuviera la puerta cerrada de un baño sino a un jefe desgraciado que acababa de amenazarla a ella y a todo en lo que ella creía. 

Cogió aire y se levantó de la taza del váter. Abrió la puerta y como si nada hubiese ocurrido, se acercó al lavabo, abrió el grifo, se enjuagó la cara y lavó sus manos. Después las secó, aunque ni siquiera escuchó el molesto ruido del secador. Acabó de arreglarse y salió del baño. 

No sabía la razón, pero ahora no tenía prisa. Era como si su mente estuviera deseando que él apareciera de nuevo. Le encantaría decirle delante de todos lo que estaba ocurriendo en su partido. Lo asqueroso que era lo que había descubierto, y sobre todo, decirle que lo iba a hundir.

"La vanidad es mi pecado favorito". 

Si, ya lo sé “Al”,  tienes razón, pensó.

Otra vez la vanidad. Pero no le importaba, ahora no le asqueaba. La iba utilizar para que todo saliera a la luz. Ella se iba a convertir en la persona que destaparía a todos aquellos sinvergüenzas. Una heroína que acabaría con todos ellos. Sonrío al pensar como los dos significados de la palabra heroína se unirían en esta ocasión. Por un lado se convertiría en un héroe, en un símbolo de la lucha contra la clase política corrupta. Por otro lado, acabaría con ellos al igual que la droga acaba con los que la usan. Los mataría desde dentro. Y ella tenía la información necesaria para hacer que la bomba nuclear estallara. Y pensaba apretar el botón.

Cuando volvió a concentrarse se dio cuenta que había salido del edificio. Ni siquiera había recogido sus cosas. De todas formas, no pensaba volver a entrar, no quería ni siquiera girar la cabeza y ver la puerta de entrada a la sede. Simplemente le asqueaba.

Llamó a un taxi. Subió a él. Cuando se sentó, se dio cuenta que ni siquiera había pensado donde iba a ir.

- Usted dirá - le preguntó el taxista mirándola a través del espejo del conductor.

Elena se quedó callada por un instante. Entonces se dio cuenta que su teléfono móvil vibraba dentro del bolsillo de su chaqueta. Ella le había quitado el sonido antes de entrar en el despacho. Lo sacó y miró quién la llamaba. Asintió con la cabeza, antes de descolgar:

- Si, hola Carlos. Ya lo he decidido. Vamos a destaparlo todo...¿si quiero que lo publiques?...ahora voy para allá. 

Elena colgó y miró al taxista:

- Al edificio Miró, por favor.
- Esa es la sede del periódico "Universo" ¿verdad?

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