-
Asco.
Asco
de tener que trabajar todos los días sobre esta mierda.
Te
prometo que cuando empecé a estudiar criminología no era para esto.
-
Pero ya te lo avisaron, ¿o no es eso lo que me has
contado miles y miles de veces?
Son las nueve
de la mañana en la comisaría de policía. Aunque la verdad es que allí no se
sabe muy bien qué hora es, ni siquiera si es de día o de noche. Las luces de la
iluminación artificial son lo único que
durante las veinticuatro horas iluminan
los escritorios. Dos policías continúan charlando sentados en sus sillas,
como si después de toda la noche trabajando tuvieran que pasar un rato sentados
en sus incomodos asientos para
desintoxicarse y volver a sus vidas cotidianas.
- Te lo juro
Marcos, no creo que aguante muchas más noches así…será que me estoy haciendo
vieja y no puedo con toda esta coña.
- Pero que
dices tonta, si sólo tienes 40 años, ¿tú has mirado los años que te quedan para
jubilarte?, exclamo su compañero sonriendo.
- De verás te
lo digo, me da igual los años que me queden, pero dos más como estos últimos y
me retiro…joder que no, que no estoy yo para estas historias…
- A lo mejor la
“agente Scully ” esperaba detener a un Hannibal “El Canibal”-continuó bromeando
Marcos- o mejor a toda a la mafia italiana, un Al Capone…
- Joder para
eso me quedo con Walter, respondió Cristina.
- ¿Quién
cojones es Walter?
- ¿Cómo que
quién cojones es Walter?, respondió imitando burlescamente a su compañero- ¿Tú
no has visto Breaking Bad?
Mientras
hablaba, la agente le tiraba a su
compañero una especie de bola hecha con papel metálico, que probablemente había
envuelto algún que otro bocadillo. Los dos policías continuaron bromeando un
rato, hasta que decidieron levantarse y
dirigirse hacia la salida.
- No, en serio
Marcos, te repito que no creo que estemos aquí para esto.
- ¿A qué te
refieres?
- Estoy cada
vez más desmotivada. Cuando después de la facultad ingresé en la academia no
era para detener a gente que se manifiesta por su trabajo, o detener a
inmigrantes ilegales que buscan su manera de llevar el pan a su familia…o lo
que más me jode, ayudar a echar gente de sus casas.
- ¿Todavía
sigues pensando en ese hombre?
- No jodas y
¿tú no? – su compañero miró hacia otro lado, como si con ese gesto esquivara la
pregunta - ¿Cómo vamos a olvidar ese cuerpo colgado del techo? ¿cómo olvidarnos
de los gritos de su mujer?
- Se supone que
nos preparan para esto…
- Y una mierda-
le cortó- ni en los 5 años de psicología te preparan para esto. Dime tú que
hacer cuando te encuentras a con un tío que se quitó la vida porque se había quedado
sin una casa para sus hijos.
El silencio
fue la única respuesta que obtuvo de su compañero.
Sin una
palabra más los dos amigos chocaron sus manos en forma de despedida. Marcos
vivía relativamente cerca de la comisaría, así que normalmente se marchaba a su
casa dando un paseo. Cristina, por el contrario vivía a unos treinta kilómetros,
pero normalmente le gustaba hacer ese trayecto hacia su casa. A pesar del
cansancio, normalmente disfrutaba regresando en su moto, viajando sin prisas
por la autovía. Sin prisas, se dirigió al garaje donde la tenía aparcada. De
todas formas y aunque estaba deseando llegar a casa para abrazar a su marido y a sus niñas antes de que
se fueran al colegio, sabía que después no iba a poder pegar ojo. Prácticamente
no lo conseguía desde hacía tres días. Desde
que acudieron a esa llamada alertándole de un suicidio en la calle Grecia. No
se lo había querido decir a nadie, pero desde ese momento tuvo la piel de
gallina. Era como si su mente le avisara de que no iba a estar preparada para
lo que iba a ver después cuando llegaron al domicilio de esa familia.
No era un
chica joven empezando en el cuerpo, pero aunque tampoco se consideraba una
veterana a punto del retiro, ella sabe que en estos dos últimos años había
envejecido diez de golpe. Al principio era sólo acudir a los primeros
desalojos, gente que no pagaban la hipoteca y tenían que salir de sus casas. En
esos momentos todavía eran pocos y reconoce que muchas veces los criticaba de
insensatos que se habían metido en pagar unos pisos sujetos a un empleo débil
sustentado con cuatro hilos. Todavía creía que mucha gente se había vuelto loca
hace años, comprando casas sin ni siquiera haberse planteado si las podrían
pagar o no. Pero lo de los últimos meses era diferente. En esos meses la
situación se había desbordado. Ese padre no había comprado una casa a un precio
desorbitado sin planificación alguna…
…y aunque lo
hubiera hecho… ¿esa es la condena?... ¿Morir como lo había hecho ese hombre?
Cristina
llegó al lugar donde estaba aparcada su moto. Se puso su casco y se montó sobre
ella. Pensaba que conduciendo hasta su casa esos pensamientos se le iban a ir
de su cabeza. En estos tres días siempre pensaba lo mismo, pero nunca
funcionaba. Arrancó su moto y salió del garaje.
Condujo
tranquila, intentando concentrarse en la carretera. Pero llegó a un paso de
cebra y detuvo su moto. La imagen de un padre cruzando junto a su hijo de la
mano, hizo que volviera la foto del ahorcado. Los gritos de la esposa todavía
atronaban en su cabeza. Había escuchado muchos gritos y chillidos antes, pero
ninguno fue como esos. Nunca antes el sonido del dolor de una persona se había
quedado grabado en su mente como aquel. El desgarro más absoluto y el
sufrimiento más extremo se unieron para torturar de por vida a esa esposa. Al pensar en ella, sólo se le ocurría una palabra:
Locura.
En ese
momento, otro sonido estruendoso pero menos doloroso la sacó del estado casi
catatónico en que se había quedado encima de su moto. Sobresaltada giro su
cabeza y vio como el conductor de una furgoneta le hacía gestos con su mano:
-
¡Dale ya joder, que llego tarde al curro!
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