sábado, 29 de marzo de 2014

La decisión de un Diablo - Capítulo 16

Habíamos llegado a otro motel. Durante la pelea no me había dado cuenta pero el golpe en la cabeza me había hecho sangrar. Estuve mareado algunas horas después de la batalla. Llegado a ese punto comprendí que daba igual lo que hiciera, no podría convencer a Dios de que me dejara en paz. Estaba completamente obsesionado. Y todo por esa maldita profecía.
-Yo no creo que pudieras cumplirla ni aunque te lo propusieras -empezó Cristal la conversación.
-¿Y eso?
-Mírame a los ojos y dime que serías capaz de matar a un niño pequeño.
-Eeeh…
-Encima ese niño está mirándote con esos ojitos tan tiernos que tienen. –hice como que lo pensaba, pero ambos sabíamos la respuesta
-No podría
-Exacto. –Calló un momento y luego rió a carcajadas.
-¿Qué te pasa?
-Me estoy imaginando un anuncio: ¿Quiere evitar que el Diablo destruya su casa? ¿Evitar que le absorba el alma? Aquí tiene la solución: Ponga a un niño pequeño como guardián en su puerta y todo solucionado. –Dijo ayudándose de las manos para describir la escena.
-Muy gracioso. –la miré con los ojos entrecerrados. Ella me ignoró y siguió riendo. –Deberías parar y respirar. –como no hacía nada más que reír me tumbé en la cama.
-Lo siento. –aun así seguía riendo. –no pude evitarlo –se cayó de la cama y no paraba.

-La próxima vez cuéntale a Dios el chiste a ver si lo pilla y nos deja tranquilos. –ahora reía más fuerte -¿Qué te has imaginado ahora?
-A Dios disculpándose por lo que ha hecho después de contarle el chiste. –Yo también me lo imaginé y no pude evitar unirme a las carcajadas. Después de que nos calmáramos se me ocurrió una idea. –Deberíamos buscar a Sam.
-¿La chica pelirroja?
-Sí. Ella ayudó a mi padre a evadir a Dios. Seguro que nos puede ayudar. –se lo planteó
-Está bien –Aunque parecía que no le gustaba la idea.
-¿Ocurre algo?
-Nada. –suspiró –Es simplemente que esperaba no tener a nadie cerca aparte de ti.
-Yo también.
-¿Podríamos esperar al día siguiente de tu cumpleaños? Es mañana, seguro que podemos esperar dos días.
-Es verdad. –Con tanto movimiento se me había olvidado. -¿Tienes algo pensado?
-Estoy en ello.

Al despertarme el día siguiente no vi a Cristal por ningún lado de la habitación. Me tranquilicé al ver su energía subiendo las escaleras volviendo. Llevaba algo en sus manos que también tenía energía pero no reconocí lo que era. Le abrí la puerta, sorprendiéndola y ocultando lo que llevaba en su espalda.
-¡Ah! Buenos días Kazuo. ¿Has dormido bien?
-Sí. Pero no me asustes de esa forma.
-Lo siento. Esperaba volver antes de que te levantaras. –Entró ocultando en todo momento lo que llevaba. –Quería conseguirte una cosa. He tenido mucha suerte de encontrarla, no es algo muy común. –sonreí.
-Ten. –Alzó ambas manos sosteniendo una rosa negra. –Me encantan las rosas, lo sabes. Y mi preferida es esta. Sé que su significado es triste. Pero son tan raras de encontrar, tan únicas, tan enigmáticas... me dan la sensación de que esconden una belleza interna, que tienen miedo de mostrar y que tienen ese color solo para que ciertas personas puedan apreciarlas de verdad. –Se la acercó a la nariz, la olió y me miró con la cabeza inclinada. –Me recuerdan a ti. –Me la dio y yo la sostuve con una mano, observándola. –Sé que tampoco es algo demasiado especial, pero estando como estamos no podía pensar en algo mejor. –Yo permanecía en silencio, no dejaba de mirar la rosa. -¡Vamos! Di algo. –La miré a los ojos.
-Te aseguro que esta flor será lo segundo más importante de mi vida.
-¿Segunn…? –sonrió. La besé. Íbamos a entrar en la cama pero alguien llamó a la puerta. Convertí la rosa en energía y la metí en mi cuerpo, separada del resto de mi energía, en mi pecho. Cogí en volandas a Cristal y salté por la ventana desde el tercer piso. Sabía perfectamente quién era el que había llamado: la única persona que no podía sentir. -¿Qué pasa? ¿Sabes quién era?
-Él
-¿Cómo se ha recuperado tan rápido?
-De la misma forma que habría hecho yo. –Iba a correr como había hecho hasta ahora. Pero escuché el cristal de la ventana romperse, miré arriba y me aparté a lo justo para esquivar el golpe. Me giré y ahí estaba Dios de nuevo. Cristal me agarraba con fuerza.
-Me estoy cansando de que huyas. Esto solo acabará contigo muerto.
-Me lo imaginaba. –le respondí burlándome. –pero preferiría vivir para ver el mañana si no te importa.
-¿Qué te pasa? Ayer te perdonó la vida. –Intervino Cristal.
-Bobadas. Fue tu intervención la que me salvó. Así que me gustaría proponértelo una última vez como agradecimiento. Aléjate de Diablo y te perdonaré que intentaras traicionar a la humanidad.
-Te lo volveré a repetir por si no te quedó claro. Que te jodan –y volvió a hacerle un corte de manga. –se lanzó contra mí y esta vez estuve esquivándole todo el tiempo. No podía luchar mientras llevase a Cristal encima. Corría y el me perseguía. Para encontrar a Sam necesitaba estar cinco minutos o más concentrado y quieto, no podía hacerlo si Dios intentaba matarme en ese preciso momento. Así que lo único que se me ocurría era seguir corriendo. Me mantuve un rato y comprendí que no podía estar eternamente así, que debía encontrar un lugar donde dejar a Cristal y volver a enfrentarme a él. Me detuve, lancé a Cristal al aire y girando le di una patada. No debió esperárselo pues no pudo esquivarlo ni cubrirse y cayó a unos cuantos metros de distancia. Cogí a Cristal que estaba gritando en la caída. La dejé con suavidad en el suelo y le dije que volviera a alejarse. Esta vez estábamos pelando en plena carretera en medio de la nada, no perdería de vista a Cristal. Me puse en guardia y se lanzó hacia mí como las demás veces. Esto se estaba convirtiendo en una costumbre. Golpeábamos, esquivábamos y nos cubríamos. En esta ocasión también usábamos las piernas, pero no suponía mucha diferencia, seguíamos muy igualados. Cometí un error y lo aprovechó para mandarme lejos. Creí que se volvería a abalanzar sobre mí y me preparé para responder de nuevo. Pero había dejado de ser su objetivo. Me había apartado para ir a por Cristal. Le perseguí tan rápido como pude. Pero no fue suficiente. De un golpe atravesó su abdomen. Ver su sangre salir como un chorro hizo que la ira me volviera a invadir con fuerza. Pero en vez de golpearle como la última vez perdí el conocimiento.

Al despertar estaba de pie. No veía a Dios por ninguna parte, solo restos de sangre esparcidos por la carretera y a Cristal tumbada no muy lejos de mí. Me acerqué enseguida a ella, todavía respiraba pero con dificultad. Tenía sangre en la herida del abdomen y en su boca.
-¡Hey! –dijo al verme a su lado. –Te lo dije… nadie puede… contigo.
-Vale. No sé qué ha pasado pero te pondrás bien.
-Lo siento. –cerró sus ojos y sonrió.
-Esto no ha acabado aún. –Puse mis manos en su herida. –Esto puede doler
-No te preocupes. –Empecé a introducir mi energía. Podía curarla perfectamente, había salvado a gente en peor estado en mis viajes. Pero no me esperaba que el cuerpo rechazara mi energía. Me quedé un segundo en estado de shock. Utilicé más energía, intentaba forzarla aún más. Pero su cuerpo no paraba de repeler todo lo que hiciera. Me quedé pálido.
-¡Hey! ¿Qué pasa con esa cara? –su voz cada vez era más débil. ¿Por qué? ¿Qué pasa? Esto no tiene sentido no dejaba de pensar mientras ponía más fuerza en mis intentos. -¿No puedes?
-No entiendo qué pasa
-No llores –ni me había percatado en que estaba llorando. Solo me fijaba en ella y en mis intentos de salvarla. –Lo siento
-No, no, no, no, no… Esto no puede ser. No supe salvar a Marc pero sé cómo salvarte a ti. ¿Por qué no puedo? –Ya estaba gritando -¿Por qué? –De la tristeza pasé a la ira.
-No te enfades contigo. –Cristal me acariciaba la mejilla. Sentí la fuerza que me proporcionaba la ira Ahora debo de poder pensé. Pero siguieron siendo esfuerzos en vano. No conseguí hacer nada ni con mi energía en su máximo poder. Las lágrimas caían. –Lo siento. –Ya casi ni podía oírla hablar. –Lo... siento... –fue el último susurro que dio. Su mano cayó.
-No. ¡Noooooooooooo! –Grité con todas mis fuerzas. –No –susurré. La abracé mientras lloraba. No dejaba de pensar que no tendría que haber vuelto, haber involucrado a Cristal. Que entonces seguiría viva. ¿Por qué han muerto? ¿Por qué han muerto por estupideces? ¿Por qué? ¿Por qué? No dejaba de pensar. El tiempo pasaba y yo solo lloraba abrazado a su cuerpo.

¿Cuánto tiempo pasó? ¿Horas? ¿Días? Ni lo sé ni me importa. Cuando dejé de llorar limpié la sangre. Ahora que ya no tenía energía podía usar la mía para limpiar el cuerpo. Cerré la herida. Entonces su energía repelía la mía pensé sin mucho ánimo, esa aclaración no me servía de nada. Cogí el cuerpo en volandas y empecé a andar. Al principio pensaba que andaba sin rumbo fijo, luego me di cuenta de que estaba yendo al pueblo donde nos conocimos. Tardé días en llegar, no sé cuántos, pero sí sé que el sol se ocultaba en el horizonte. Me detuve al llegar a lo alto de una de las colinas. Caí de rodillas y dejé el cuerpo tendido.
-¿Qué hago aquí? ¿Qué hago ahora? –no sé si me hablaba a mí mismo o esperaba que Cristal respondiera. Volví a llorar. Seguía sin ser consciente del tiempo, solo que la iluminación cambiaba a ratos. Sin ánimo y sin saber muy bien el por qué, empecé a hacer un ataúd de cristal. Metí el cuerpo dentro. Saqué la energía de la rosa que me había regalado y la volví a materializar. La puse en el pecho de Cristal y lo cerré. Daba igual cuánto tiempo pasara, lo que estaba dentro permanecería intacto durante siglos, puede que incluso milenios. Sabía que duraría mucho más que yo. -¿Por qué? Tú eras todo mi mundo, Cristal. ¿Qué hago? –permanecía apoyado en el ataúd. -¿Qué hago? ¿Cómo vivo ahora sin ti? Cuando me fui al menos pensé que estarías bien, pero vivir en un mundo en el que no existes, en el que has muerto por mi culpa. No puedo. No puedo.

Dicen que hay un algo, un momento en la vida que te cambia. Yo no lo creía, aun después de que Marc muriese permanecía siendo el mismo. Ahora creo que sí puede existir ese algo. Al menos a mí me cambió la personalidad, mi alma como comentó Cristal, en el momento en el que me di cuenta de que me era imposible vivir sin ella, en el momento en el que ya no podía llorar más. Cambió todo de mí, todo lo que creía del bien y el mal se esfumó. La ira se convirtió en parte de mi ser. Ya no me invadía, no me quemaba el pecho ni los ojos. Ya era algo natural en mí, como si siempre hubiera estado. Notaba la fuerza y permanecía calmado. Me despedí de Cristal. Le dije ,aunque sabía que no podía escucharme, que siempre la querría y que me perdonara de no darle la razón. Me di la vuelta y no miré atrás. Fui al pueblo, conseguí comer hasta hartarme. Antes de irme expandí mi energía a todo el pueblo, alcanzando a todas las personas que había allí y aplasté todo comprimiéndola contra el suelo. De un solo movimiento maté a todos los que vivían allí y absorbí su energía. Luego anduve sin prisa ninguna hasta la ciudad más próxima.

Tardé un día entero en llegar. Andaba encapuchado y cabizbajo por las calles, dirigiéndome al centro donde sería más fácil repetir lo que hice en el pueblo. En un semáforo un niño empezó a mirarme a los ojos. Cristal tenía razón: ¿Cómo podría hacerle daño a un niño como aquél? Me embargaron las dudas, el remordimiento, iba a detenerme, a dar marcha atrás... Iba. El niño gritó “Diablo, Diablo” y se alejó corriendo. Un segundo más, al menos eso creo, un segundo más y me hubiera arrepentido de lo que iba a hacer. Todos a mi alrededor se alejaron rodeándome en círculo. Me quité la capucha y les observé en silencio. Me miraron un segundo, acto seguido huyeron gritando. Empecé atacando uno por uno a las personas que veía. Con solo un golpe morían. Luego me quedé quieto, concentrándome en mi energía. Tardé un minuto en expandirla en toda la ciudad. Esperé un rato, quería comprobar una cosa: la gente llegaba al límite de la ciudad, donde acababa mi energía y no podían continuar. Confirmé que haciendo eso los atrapaba. Sin ninguna piedad hice lo mismo que en el pueblo. Cada estructura, cada persona, estrellada contra el suelo. Todo destruido en un solo movimiento. Continué mi camino, sabía que no habría persona que pudiera huir ni esconderse. Ahora que la ira es parte de mí puedo encontrar a un insecto en la otra punta del planeta. Al único que no podía encontrar era a Dios, pero no importaba en absoluto, ya vendría él. En el camino a la siguiente ciudad me encontré con algunos coches. Me ponía en medio de la carretera, agarraba el vehículo con una mano y con la energía convertía el coche en una bola de un metro de diámetro. De vez en cuando me salpicaba algo de sangre, pero muy poca. También absorbía la energía de todos los que mataba. En la segunda ciudad que estuve me vi de refilón en un escaparate y me detuve a fijarme en mis ojos. Habían cambiado a rojo, pero también tengo unas finas líneas parecidas a ramas del mismo color que se unían en el centro. Pensaba repetir lo mismo de antes, era la forma más rápida de cumplir el ojo por ojo: si Dios acabó con mi mundo, yo acabaría con el suyo antes de matarlo a él. Esta vez no dejé que nadie me reconociera, simplemente rodeé con mi energía la ciudad y la aplasté. No se enteraron de nada. Me dirigí hacia la siguiente y en el camino continué destruyendo de la misma manera todos los vehículos con los que me encontraba.

No pude entrar en la tercera ciudad. Había todo un batallón de soldados y tanques esperándome. Dios estaba delante de todo ese ejército. Sonreía.
-Al fin he conseguido que dejes de huir. -gritó
-No debiste haber hecho aquello. –dije con la fuerza necesaria para que me oyera.
-No eres quién para decirme cómo actuar. Soy Dios y ahora que no vas a huir podré acabar contigo. –Alzó la mano y acto seguido la bajó. Ordenando el ataque. Los soldados dispararon con sus fusiles y los tanques con sus proyectiles. Nada hizo que tuviera que moverme. No me esforcé en reforzar mi escudo, es más lo tenía al mínimo. No me hicieron ni un rasguño. Dios se abalanzó hacia mí.
-¿No te cansas de repetir lo mismo? –dije cogiéndole de la cabeza con una mano, deteniendo su ataque. Empecé a girar y lo lancé contra uno de los tanques, destruyéndolo. La diferencia de poder era brutal, pero no se daba por vencido. Repetimos el mismo movimiento hasta que se le acabaron los tanques, entonces cambié de objetivo a los soldados. Cada lanzamiento conseguía que matara a tres o cuatro. Los soldados no tenían miedo, estaban dispuestos a morir por Dios y eso harían. Dios empezó a sangrar, pero solo un poco, ya que solo le había lanzado como a un muñeco. La sangre debió salir porque quizá me pasé de fuerza cuando le agarraba o porque después de agarrarle tantas veces consecutivas su escudo no aguantó más. -¿Eres tan ignorante o tan estúpido que no ves que estoy jugando contigo? –Dije cuando todos los soldados murieron. Me ignoró y se volvió a abalanzar gritando. Le esquivé, absorbí la energía de los muertos y me adentré en la ciudad. Si pasaba cerca de alguna persona la mataba y absorbía su energía tranquilamente mientras Dios me perseguía intentando golpearme. No era estúpido, si volvía a expandir mi energía sería vulnerable a sus ataques. Así que le utilicé para que me ayudara a destruir la ciudad. No era muy difícil, solo tenía que esquivarle o lanzarle. Cuando ya no hubo más gente viva ni más energía que absorber se dio cuenta de qué estaba ocurriendo.
-¿Me has utilizado para tus planes? –reí, pero no era mi risa habitual, sino una oscura, que da miedo.
-Y yo que creía que no te darías cuenta. –Supongo que perdí la cordura cuando perdí a Cristal. Jamás pensé que podría reírme de lo que acababa de hacer. Jamás pensé que me podría parecer divertido. Ahora sí me parece divertido, me parece gracioso. Pero sé que antes no me lo habría parecido, antes del cambio. –Oh Dios todopoderoso dime qué tan estúpido puedes llegar a ser. Jajajajajaja.
-Desde el principio sabía que debía acabar contigo, esta es la prueba. –Yo solo seguía riendo. Él se abalanzó, le paré por el cuello y lo estrellé contra el suelo sin soltarlo. Paré de reír, pero no volví a dejar de sonreír. Escupió un poco de sangre.
-¿Alguna vez te han dicho lo lento que eres? –me pegaba patadas desde el suelo, pero no me hacían nada. -¿Y lo débil que eres? Seguro que te dijeron que éramos iguales en fuerza, pero debieron decirte más. Solo eres un ignorante que no sabe ni de dónde viene su poder. –Lo lancé con todas mis fuerzas dirección a la siguiente ciudad y yo le seguí con un salto.



Se estrelló en un edificio y provocó que se callera. Salió de los escombros algo magullado en el cuello y las ropas hechas un asco.
-Dime, ¿Podrás darme algún tipo de diversión o simplemente me ayudarás a destruir este… -dudé qué decir –estas almas que tanto aprecias? –me miraba lleno de odio, pero aún no era suficiente para mí. -¿Seguro que tú podrás hacer todo lo que dijeron que estabas destinado? No creo que seas capaz ni de hacer dormir a un bebé. –Sus ojos empezaban a cambiar de color. –Seguro que te creíste que de verdad tú creas almas. ¿Sabes que eso es una vulgar mentira? –Ahora estaban igual que los míos, o casi. –Perfecto –me puse en guardia –Ahora empieza lo divertido. –Volvimos a estar igualados, pero con un poder mucho mayor. Cada golpe, cada derribo, cada movimiento que hacíamos ponía en peligro la vida de los ciudadanos. Si con un Dios débil era fácil matar a toda esa gente, ahora que es fuerte entre los dos lo destruimos todo sin darnos cuenta, aunque era yo el que absorbía toda la energía que podía. Peleamos, peleamos sin parar. Cuando ya no había nadie más vivo en una ciudad trasladaba la pelea poco a poco a otra ciudad o a otro pueblo. Hasta que paramos de pelear en uno de los pueblos. Estábamos desangrados, huesos rotos, ninguno podía continuar y nos alejamos para restaurar nuestro cuerpo. Nos llevó casi un día, estando completamente quietos, concentrados en curarnos. Cuando nos sentimos como nuevos volvimos al combate. Perdí la cuenta de las ciudades, el ejército y el EPSD intentaban ayudar a Dios… Exacto, intentaban. Seguíamos golpeándonos, pero muchas veces no había tiempo de reacción suficiente para esquivar o cubrirnos. No me importaba quién golpeaba a quién, en cualquiera de los casos el derribado destruía edificios a su paso, los edificios aplastaban a las personas y las que lograban sobrevivir morían cuando tenía un segundo al derribar a Dios. Hubo una segunda vez que dudé, un momento en el que desapareció aquella sonrisa de loco. Todo por una niña, había sentido su energía y pensaba matarla cuando lancé a Dios contra otro de los rascacielos. Aquellos ojos llenos de miedo mirándome. Dos segundos estuve mirándole. Me embargaron de nuevo las dudas, el remordimiento, iba a detenerme, a dar marcha atrás... Iba. Un segundo más, al menos eso creo, un segundo más y me hubiera arrepentido de todo lo que había hecho. Pero Dios aterrizó aplastando a aquella niña y de una patada me mandó volando, continuando con la batalla. Al cabo de otras tantas ciudades ambos nos encontrábamos en un estado lamentable. Yo había perdido un brazo, él tenía rotos todos los huesos del brazo izquierdo y había perdido la mano derecha. Y es aquí donde empecé a contar mi historia, esperando a recuperarme.


jRS
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