Su cuerpo
permaneció en el suelo, sin moverse, incluso cuando los dos hombres entraron en
la celda. Seguía dolorido por todo lo vivido, por todo lo recordado. Estaba
convencido que había muerto. Aunque no había vivido sensaciones extrañas al
morir, o al menos no las recordaba, sabía que estaba muerto. Tampoco vio
ninguna luz blanca al final de un túnel, ni nadie conocido había ido a
recibirlo.
Pero algo le
hacía comprender que ya no vivía.
Sin embargo
sentía. Sus sentidos y su cuerpo permanecían allí. No era un ángel, ni un
demonio, ni estaba en el cielo, ni en el infierno.
De repente
alguien entró en la habitación. El vagabundo adivinó que eran dos hombres, pero
desde su posición, sólo podía divisar
sus zapatos. Así que levanto la cabeza para poder ver sus rostros.
- Déjeme que le
ayude, dijo uno de ellos.
- No se moleste
– respondió el vagabundo- sólo necesito un momento…
- Por supuesto.
Mientras uno
de los hombres le ofrecía su ayuda, el otro permaneció quieto, sin moverse.
Cuando se incorporaba, el vagabundo aprovechó para observar bien a ambos.
Recordó que siempre que veía a alguien intentaba recordarlos por su parecido
con algún actor de cine.
“El cine”…esa había sido siempre su pasión. Esto también lo recordó en esa rápido película sobre su vida que había experimentado hace un instante. A veces le costaba trabajo buscar esos parecidos pero en esta ocasión la imagen le vino rápidamente a la cabeza. El más alto era una mezcla de Ian McKellen y Fernando Fernán Gómez, mayor, de unos setenta años, con pelo cano y barba mal afeitada también blanquecina. Era el que permanecía inamovible, únicamente el movimiento de sus ojos le hacía diferenciarse de una estatua de cera. El otro hombre, mucho más bajo, no tenía una cara muy peculiar, era un hombre normal, con aspecto algo castizo, como Alfredo Landa. Este último era el que había intentado ayudarle. Sus vestimentas tampoco eran muy extrañas: pantalones y chaquetas oscuras, no muy caras, incluso se notaban que hacía tiempo que las vestían. Sin llegar a tener el aspecto de unos indigentes, sus ropas no le hacían pensar al vagabundo que estaba hablando con alguien con mucho dinero. Los años en la calle, le hicieron observar a mucha gente. Pasaba horas buscando parecidos con famosos actores y fijándose en detalles como sus ropas, sus zapatos, lo estropeados de sus caras y manos…Sin querer caía en esa antigua costumbre sin darse cuenta de lo poco que importaba eso ahora…
“El cine”…esa había sido siempre su pasión. Esto también lo recordó en esa rápido película sobre su vida que había experimentado hace un instante. A veces le costaba trabajo buscar esos parecidos pero en esta ocasión la imagen le vino rápidamente a la cabeza. El más alto era una mezcla de Ian McKellen y Fernando Fernán Gómez, mayor, de unos setenta años, con pelo cano y barba mal afeitada también blanquecina. Era el que permanecía inamovible, únicamente el movimiento de sus ojos le hacía diferenciarse de una estatua de cera. El otro hombre, mucho más bajo, no tenía una cara muy peculiar, era un hombre normal, con aspecto algo castizo, como Alfredo Landa. Este último era el que había intentado ayudarle. Sus vestimentas tampoco eran muy extrañas: pantalones y chaquetas oscuras, no muy caras, incluso se notaban que hacía tiempo que las vestían. Sin llegar a tener el aspecto de unos indigentes, sus ropas no le hacían pensar al vagabundo que estaba hablando con alguien con mucho dinero. Los años en la calle, le hicieron observar a mucha gente. Pasaba horas buscando parecidos con famosos actores y fijándose en detalles como sus ropas, sus zapatos, lo estropeados de sus caras y manos…Sin querer caía en esa antigua costumbre sin darse cuenta de lo poco que importaba eso ahora…
- ¿Dónde estoy?
¿Quiénes son ustedes?, fue lo primero que pregunto.
- Señor,
sabemos que acaba de tener una rápida y detallista visión de toda su vida.
El vagabundo
asintió mientras se apoyaba sobre la camilla.
- Creo por lo
tanto, continuó el hombre más bajo, que ya sabe lo que le ha ocurrido…
Aunque tardó
un momento en respondes, él sabía perfectamente la respuesta. De todas formas,
le costó decir las siguientes palabras…
-
Estoy muerto.
El hombre bajo miró entonces al alto, como pidiéndole que continuara. Éste, entonces, asintió con la cabeza.
-
Así es – esas fueron las primeras palabras que
escuchó el vagabundo del hombre situado todavía al lado de la puerta. Le
continuó hablando mientras se acercaba a él:
-
Usted está muerto.
No se extrañó
de nada. Esa contestación sólo era la confirmación de algo que ya sabía. Pero
había una idea que entonces empezó a preocuparle:
-
Si estoy muerto, porque no tengo paz. Porque no
descanso de una vez.
El vagabundo
esperaba la muerte como un final, como el fin de su sufrimiento, de su
martirio. Al contrario de todo el mundo, él no quería que detrás de la muerte hubiera
nada. No quería a Dios, ni al cielo, ni reencarnarse…sólo quería el silencio,
la nada.
-
Lo entendemos y sinceramente no se darle una
respuesta – le comentó con su voz ronca el hombre bajo- Independientemente de
nuestras creencias o nuestros deseos, lo cierto es que la vida continua. No
somos exactamente ni almas, ni nuestros cuerpos creo que desaparezcan del todo.
No sé explicarlo pero cuando queremos podemos tocar cosas… o atravesarlas,
según deseemos. Le insisto en que ninguno sabemos explicarlo, pero cuando pase
el tiempo le garantizo que dejará de importarle… serán cosas del jefe – y
mientras dijo esto último esbozo una ligera sonrisa mientras su dedo indicaba
el techo. – Deje que me siente- y así lo hizo en una mesa que apareció de la
nada, o al menos eso creyó el vagabundo porque juraría que antes no estaba
allí. - Nosotros dos estamos aquí para explicarle sus dudas, en la medida que
podamos resolverlas. La transición nunca es fácil y menos cuando tenemos una
misión que realizar.
-
¿Misión? ¿qué misión? – preguntó con hastío el
vagabundo.
-
Mire señor…
-
¡No!, le detuvo el indigente – No quiero escuchar
mi nombre, no permito que nadie lo diga- le insistió con tono amenazante.
-
Está bien, como usted desee, la verdad es que los
nombres tampoco tiene mucha importancia aquí. Sólo tenemos que observar para saber todo de
la persona que tenemos enfrente...
-
Pues yo no sé nada de ustedes…
-
Hombre todavía es pronto, su mente tiene que
adaptarse para sus nuevas capacidades…De todas formas por el momento puede
llamarnos Señor 1 y Señor 2 – y señaló al hombre más alto - La verdad es que
ahora que me fijo va usted hecho un despojo…- siguió el señor 1 con su charla- aunque
en esta dimensión no importe demasiado la cuestión de la moda, podría usted
cambiar de ropa…venga hombre sólo tiene que imaginarlo…podía ser su primer
ejercicio…
-
No quiero hacerlo, volvió a cortarle en seco el
vagabundo.
-
Bueno, de acuerdo, lo que usted desee, si está
usted vestido así es porque esa misma es la imagen que tiene de sí mismo. Aunque
menos mal que el sentido del olor lo regulamos a nuestro antojo - bromeó nuevamente
el señor 1 que intentaba relajar la situación.
El vagabundo
por el contrario no se sentía más calmado. El hombre bajo sabía que no
conseguía tranquilizarlo, así que para más cercanía puso la mano sobre su
hombro.
-
Explíqueme eso de la misión.
-
Ahora viene lo más complicado. Al menos a mí se me
hace la picha un lio cada vez que lo explico. A lo mejor a ti se te da mejor
explicarlo señor 2…- pero éste le replicó negando con la cabeza…- bueno, está
bien…verás hijo, lo único que tienes que entender es que existen varias
dimensiones, como pisos de un edificio, y la meta final está en subir a la
azotea. Algunos suben más rápidamente que otros y todo depende de lo que
hagamos con nuestras vidas en cada planta. Para subir rápido tenemos que tener
nuestra…-el hombre bajo dudó por un momento- bueno voy a utilizar el término,
“nuestra alma” lo más pura posible. La mayoría de los seres cuando mueren pasan
directamente al piso superior nuestro, mal llamado “paraíso”…-el señor 1 se
quedó pensativo en su discurso, reflexionó un instante y continuo - … esto no
tiene nada que ver con lo que dicen las religiones, ni es como nos lo han
pintado… Cada “paraíso” es diferente, y cada persona puede decidir el suyo…¿lo
ves? – de repente volvió a detenerse y giró su cabeza hacia el señor 2-… aquí ya me hago
un lío, como puedo explicarle esto…si yo mismo no lo entiendo...- pero ante la
pasividad de su compañero tuvo que continuar -… como te decía, nosotros estamos
en un piso intermedio y no podemos subir hasta que no hagamos las misiones que
nos permitan aliviar nuestro dolor, nuestra rabia, nuestra pereza….no podemos
subir con eso al piso superior…el jefe no nos dejaría…
-
¿Pero que me estás hablando? Entonces es verdad que
existe un dios…- preguntó el vagabundo.
-
No le gusta mucho ese nombre…, respondió el señor 1
-
…Pues dile de mi parte que es un cabrón.
-
Tranquilo hijo, tranquilo…no tienes por qué
insultar...-el señor 1 se puso nervioso al escuchar lo que acababa de decir el
vagabundo, e incluso éste juraría que sus ojos habían mirado rápidamente hacia
arriba, como si hubiera alguien que los escuchara…- entiendo cómo te encuentras,
ahora mismo todo es confusión, y para eso estamos nosotros dos aquí, para
ayudarte…
-
Pues ese tío no me está ayudando mucho – replicó el
vagabundo señalando al señor 2. Fue entonces cuando este habló y se acercó a él…
-
Mira muchacho, lo que tienes que entender es que
tienes que completar tu misión para que el jefe decida ascenderte y puedas
estar con tu familia…puedes estar con ellos, vivir una vida feliz, sin gritos,
sin miedos, sin alcohol, ¿o no es ese tu paraíso?
El vagabundo lanzó
una mirada de rabia hacia el señor 2, incluso hizo un ademan de levantarse e ir
hacia él. El señor 1 al ver lo que iba a ocurrir, puso su brazo entre ellos a
manera de separación.
-
Vamos a calmarnos…-dijo a la vez que echaba una mirada
de reprobación a su compañero - hijo, continuó, los que estamos aquí es porque
todavía nuestra “alma” no está preparada del todo…todavía te sientes culpable
por lo que ha sucedido en tu vida y no puedes pasar de este piso mientras
tengas esa sensación.
-
Usted que sabe sobre mi vida…-en ese momento el
vagabundo se dio cuenta de la estupidez que había dicho. El señor 1 le había
explicado ya que solo con observarlo sabía todo de él, por lo que no tuvo que
contestarle a eso.
-
Sé que tienes todavía mucha culpa en tu interior.
La muerte no te ha librado de ella, pero puedes conseguirlo. ¿Recuerdas la
sensación de paz que has tenido al despertar?
El vagabundo
se acordó entonces de esa sensación…
-
Pero duró muy poco…, le respondió entristecido.
-
Lo sé hijo, lo se…pero si quieres volver a sentirla
tendrás que hacer la misión.
Durante unos segundos todo fue silencio. El vagabundo se echó de nuevo en la camilla, mientras los dos señores lo observaban.
- Y si no
quiero subir al otro piso, y si decido quedarme aquí…
- Hijo una vez
que hagas tu misión, decidirás lo que quieres hacer. No todo el mundo hemos
decidido subir todavía. Algunos creemos que todavía no estamos preparados para
aceptar según qué cosas…-el señor 1 dejó caer sus ojos, como si se avergonzará
de algo. El vagabundo entendió en ese momento que los dos señores también
estaban allí por alguna razón, también eran “almas atormentadas” como él.
- Déjenme que
lo piense… por favor…Su tono era ahora mucho más pausado y sereno.
- Lo que
necesites hijo, el tiempo aquí no existe, podemos esperar lo que tu necesites,
pero antes de dejarte me gustaría que al menos me dijeses una cosa…
El vagabundo le miró atentamente.
- Al menos
tengo que saber cómo quieres que te llamemos…
El vagabundo
se quedó pensativo. Echado en la
camilla, pensó en buscar algún nombre que decirles. No quería utilizar el suyo,
le daba asco recordar quién era. De repente un nombre le vino a la cabeza. En
realidad su mente había revivido una escena donde un muchacho intentaba ayudarlo
mientras otro se reía de él.
- Llamadme
Homeless…
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