domingo, 21 de septiembre de 2014

Shinkalia II - capítulo 11

-¡¿Cómo dices?! –exclamó Emily Hash, dando un salto de su silla y golpeando la mesa con ambas manos.
-Que hay rumores de que el hombre que protegió Zaykia está organizando una fuga. –contestó Marc algo nervioso. –Si se tratara de otro cual…
-Lo sé, lo sé. –cortó a su secretario –No  vendrías a decirme sobre una posibilidad de fuga.

Emily se puso la uña del pulgar izquierdo en la boca, como si fuera a masticarla de un momento a otro. Cualquiera ignoraría rumores de un plan de fuga. Es inconcebible que alguno escape. Pero se trata de un hombre al que Zaykia protegió. Obviamente les engañó para hacer creer que el favor era sexual, dejando que los guardias que recogían a Murray les vieran vestirse. No se le ocurre cómo podrían escapar, pero estaba segura de que ese hombre había encontrado la forma. ¿Qué otro motivo tendría Zaykia de dejarle con vida de no ser así?

-Cogedle e interrogarle. –concluyó mientras se dejaba caer en la silla –Quiero que cuente todo lo que sabe, sobre todo los principales participantes. –su secretario se retiró nada más oír la orden.

Zaykia había matado a los que voluntariamente querían enfrentarse a ella. Su orden de que en pleno combate intervinieran y la pillaran por sorpresa los que quedaban no funcionó. Emily empieza a relajarse. Acaba de darse cuenta de que esta noticia le podría venir bien. Cogería a todos los principales responsables del plan y los ejecutaría con las bestias domesticadas. Un buen ejemplo para advertir qué ocurre si en vez de acatar las normas del coliseo te dedicas a fingir que lo haces. No pudo reprimir una leve sonrisa y hablar consigo misma.

-Así que intentando jugármela. ¿Eh? Menuda forma de pagarme los lujos que te ofrecí.

Se levantó del asiento y salió fuera. El sonido de los tacones resonaba con eco en el vacío pasillo que se extendía ante ella. Llegó hasta la sala de los domadores y entró sin llamar a la puerta. Todos los hombres que había dentro giraron la cabeza dirección a la entrada. Se levantaron instantáneamente al ver a su jefa, algunos directamente dieron un salto. El uniforme marrón y sus gorros les daban un aspecto humilde comparado con cómo vestía Emily.

-¿Qué bestia debería usar para matar a Zaykia? –les preguntó cuando se aseguró que los siete hombres que tenía enfrente escuchaban

Se miraron los unos a los otros.

-¿Habéis estado atentos a los combates? –volvió a preguntar al ver ignorancia en sus rostros

Todos negaron con la cabeza.

-Bien. Tengo que ejecutar a una mujer que es muy fuerte. Sé que no puedo enviarlas a todas o se podrían matar entre ellas. Así que decidid cuál enviaréis después de ver alguna repetición de cómo pelea.
-¿Qué más da? –preguntó uno –no irá armada. No importa…
-Sí irá armada. –le cortó
-¿Qué? ¿En serio? –dijo otro extrañado. –Por qué le daría…
-¡Callaos! –les gritó, ya perdiendo los estribos. –los detalles no importan. Simplemente mirad las malditas repeticiones y sabed que irá con una katana.

Después de gritarles se fue tan de improviso como había llegado. Todos estaban extrañados, pero inmediatamente hicieron lo ordenado. Vieron cada una de las batallas que participó Zaykia. Aunque llegaron a entender que dudara cuál de las bestias era la indicada para matarla, no comprendían por qué no le quitaban la katana.

Debatieron durante horas. No llegaban a un acuerdo. Que si los amarklos podrían entre todos con ella. Que si el jurkalim era mucho más rápido, fuerte y grande. Que si el enjambre de gyrlas sería demasiado para ella. La elección debía satisfacer a la directora Hash si no querían perder su puesto. Las pocas veces que se había enfadado tanto la gente perdía su trabajo. Una decisión bien argumentada y correcta era lo que necesitaban. Ya sabían que Zaykia no era una humana común, si erraban y era capaz de matar al que enviasen estarían en la calle. Finalmente eligieron a las gyrlas, un enjambre entero de esas abejas gigantes debería poder con cualquiera. Aunque se pusiera a matarlas, el número sería abrumador para cualquiera. Se cansaría antes de matarlas a todas. Como no querían hablar con su jefa estando tan irritable, tuvieron que echarlo a suertes para ver quién de ellos le comunicaría la noticia, expresando los pros y contras de su elección. Lo bueno de su elección es el motivo por el que lo eligieron. Lo malo es que no se trata de una bestia domesticada y podría salir de control con más facilidad.

Emily Hash escuchó todo lo que le dijo el nervioso empleado con los dedos juntos y los codos apoyados en la mesa. El silencio de su jefa le era insoportable. Entonces asintió y con la mano le indicó que saliera. Se estaba arrepintiendo de haber dejado a su cuidado la katana. Aunque por cómo estaban yendo las cosas, se imaginaba que posiblemente hubiera peleado por mantenerla junto a ella. Sus empleados le aseguraron que las gyrlas irían sólo por el camino establecido, todo estaría cerrado para evitar que se desviaran. Eso era suficiente para Emily. El sonido de alguien llamando a la puerta la alejó de sus pensamientos.

-¡Adelante! –indicó sin mucho ánimo.

Su secretario entró y se quedó en la entrada con la puerta abierta.

-Murray está listo para hablar.

“Al fin una buena noticia” pensó Emily mientras se levantaba de su asiento con una ligera sonrisa.



Volvamos atrás. Momentos después de que el secretario de Emily Hash recibiera la orden de interrogar a Murray. Él estaba tranquilamente en su celda, apoyado en los barrotes como siempre. Sus compañeros hablaban despreocupadamente. No le incluían en la conversación a no ser que mostrara interés. Echaba de menos a Sandra. Era la segunda vez que perdía a alguien amado. Poco tiempo disfrutado, largo tiempo sufrido. Le parecía una agonía que los dos momentos que sentía que había amado de verdad fueran tan cortos. No estaba seguro de querer sentirse así una tercera vez. De repente el guardia encargado de las celdas, el que se ocupaba de escoger a los luchadores, apareció. Todos los prisioneros callaron en ese momento, extrañados. La pelea de aquel día ya había concluido. ¿Qué hacía allí una segunda vez? Se acercó a la celda de Murray y le señaló. Acto seguido los dos guardias que le acompañaban le sacaron agarrándolo por los brazos.

-¡Oye oye oye! –Exclamó asustado Murray. -¿Qué pasa aquí?

El guardia que comandaba a los otros dos se detuvo. Los que sujetaban a Murray hicieron lo mismo. Cuando dio media vuelta, se miraron a los ojos.

-¿Qué pas…?

Un puñetazo en la barriga le cortó la pregunta y le dejó atontado. Todos los prisioneros se levantaron. Era la primera vez que tenían que emplear la violencia desde hacía mucho. Con un gesto ordenó que mostraran a Murray delante de todos.

-¡Hay rumores! –Empezó el fortachón –¡De que este hombre os ha prometido una salida del coliseo! –contó señalándole con la mano

Las miradas de los prisioneros pasaron por todos sus compañeros.

-¡Ya descubriréis lo que ocurre si ese tipo de rumores son ciertos!

Al marcharse por el ascensor que conectaba con el resto del coliseo, en vez del de la arena, todos susurraron entre ellos.

-¿Quién se ha chivado?
-Sin él no habrá fuga ¿Verdad?
-Se supone que es el piloto de Zaykia. ¿Qué pasará si lo matan y se cancela?
-Joder, ya tenía esperanza de poder salir de este lugar
-Como pille al que se chivó me lo cargo.

Murray seguía algo dolorido del golpe en el estómago cuando se pudo dar cuenta de que estaba en el ascensor por el que entró en su llegada al coliseo. Seguía junto a los tres guardias, dos sujetándole y el que le pegó justo a su derecha, quieto como una estatua. “Menudo golpe” pensó mientras hacía una muesca de dolor. Miró al guardia que le había golpeado y después a su musculoso brazo.

-Genial –no pudo evitar murmurar.
-¿Has dicho algo? –preguntó amenazante el guardia.

Al ver que no había respuesta le agarró por la mandíbula y le obligó al contacto visual.

-¡Te acabo de hacer una pregunta! –le rugió
-No. No he dicho nada.

Le soltó con una expresión de desprecio y volvió a su postura original.

Las puertas automáticas se abrieron, dejando ver un pasillo blanco que Murray nunca había visto. Le arrastraron sin dejarle levantarse hasta a una puerta con un letrero que ponía Sala de descanso para luchadores. Murray leyó eso y no pudo evitar pensar “¿Qué cojones…?”. No se dio cuenta de que su cara expresaba sus pensamientos.

Entraron y le sentaron a la única silla que había de metal. Colocaron sus manos en los apoyabrazos y el metal se cerró por sus muñecas, dejándolo inmovilizado. El resto de la sala estaba vacío y había solo una luz, que venía justo de su cabeza en el techo. Murray tragó saliva al saber de qué trataba todo eso.

-Vas a decirme cómo pensabas escapar. –fueron las primeras palabras tranquilas que dijo el guardia superior.
-¿Escapar? ¿Qué cojones estás diciendo? No s…

Un puñetazo en la mandíbula casi se la descoloca. Le indicó a sus subordinados con la cabeza que se fueran y obedecieron con el mismo silencio que han tenido siempre delante de los prisioneros.

-No te hagas el imbécil conmigo. Tú y yo sabemos que estás planeando escapar.

Murray intentaba controlar su respiración. Abrió y cerró la boca un par de veces, moviendo la mandíbula tanto como puede y temiendo que se la rompa en el siguiente golpe.

-Te digo que no tengo…

Otro puñetazo en la barriga, esta vez más flojo.

-¿Te han torturado antes? ¿Sabes por qué no te pego con todas mis fuerzas?
-¿Porque entonces podría morir antes de hablar? –preguntó temiendo la fuerza de aquél guardia
-Buena respuesta. –le dijo acariciando su pelo y un tono de voz suave. –Ahora veamos si podemos ir a otra respuesta igual de buena.
-Pero es que…

Otro golpe en la cara, por el lado contrario al primero.

-Si los golpes no sirven y no puedo pegarte con todas mis fuerzas por miedo a matarte… puedo usar otros métodos.

Se acuclilló, mirando con cara de pena a Murray.

-¿Quieres conocer los otros métodos?

Murray temía cada palabra. Pero aun así se mantuvo terco.

-No sé nada de lo que me estás diciendo.

-¡tch! –masculló decepcionado mientras se levantaba. –No me dejas alternativa.

Cogió el dedo meñique de la mano derecha de Murray y lo juntó con el dorso de la mano. Se pudo escuchar el hueso desencajándose justo antes del grito.

-¡AAAAAAAAAAhhhhhhhhhh…!

Todos los músculos se tensaron como acto reflejo. Cuando dejó de gritar su respiración se volvió mucho más fuerte y rápida. El guardia volvió a hablar.

-¿Por qué no te ahorras todo el sufrimiento? Cuando tú me digas puedo llamar a mi jefa y le dirás a ella todo lo que necesita oír. Todo lo que debes decir.

Murray miró a los ojos de su torturador. Sonreía amablemente, como si lo que estaba haciendo fuera algo normal. Posiblemente para él lo fuera. Cerró los ojos para aguantar el dolor y notó que le agarraban el siguiente dedo, el anular.

-¡Está bien, está bien, está bien! –gritó desesperado. –Pero por favor. No sigas. Te lo suplico.

El torturador asintió y se dirigió a la puerta. Murray no pudo oír lo que le decía al otro lado, le dolía demasiado y solo podía escuchar su propia respiración agonizante.



Emily Hash entró por la puerta. Murray la reconoció de cuando estuvo en la “celda” de Zaykia. Sabía que era la directora. No esperaba que alguien con un cargo tan alto fuera a ser el interrogador. El secretario iba detrás, con una silla de madera que puso enfrente del prisionero atado por los metales de la silla. Murray estaba sudando, seguramente porque le habían dejado el dedo sin colocar correctamente. Le seguía doliendo, pero no tanto como al principio.

-Murray. ¿Verdad? –dijo Emily cuando se sentó, cruzando las piernas. –Tengo entendido que le debes un favor a Zaykia. Eso de primeras no me preocupó. Pero cuando oí de mis guardias que eres el origen de rumores de fuga, no pude ignorarte.

Se miraban a los ojos. Emily sonreía tranquila. Una máscara de sus verdaderos sentimientos: Estaba furiosa. Se controlaba para que no tuviera que oír gritos de dolor si no cooperaba, por culpa de ser demasiado brusca.

-¿Me podrías decir qué debías hacer para Zaykia? ¿Acaso sabes cómo huir de aquí? –preguntó levantando un poco las manos, indicando todo el lugar.
-No lo sé y no. –contestó todo lo calmado que pudo
-¿Cómo dices? Mi secretario me ha dicho que estabas dispuesto a hablar. –dijo mostrando un poco de irritación
-No sé qué quiere que haga Zaykia. No sé cómo huir de aquí.
-¿Esperas que me crea eso? –respondió completamente seria, llegando al enfado.
-Mire. Tiene que creerme. –contestó desesperado –Cuando Zaykia me dijo de escapar le pregunté que si ese era el favor. Me contestó que no, que el favor vendría después de la fuga. Que escapar de aquí es un interés común. Solo me dio unas instrucciones, no tengo ni idea de cómo escapar de aquí.
-Así que Zaykia es quien tiene el plan. Dime qué instrucciones te dio.
-Me dijo que esparciera por los prisioneros la noticia de la fuga, que ellos serían una buena distracción.
-¿Cuándo?
-No lo sé. Me dijo que lo sabría en el momento. –siguió confesando asustado.
-¿Entonces solo te quería para esparcir la noticia? –siguió preguntando, mostrando cada vez más impaciencia.
-Yo y otros dos debíamos estar con ella y seguir sus instrucciones cuando llegara el momento. Eso es todo, se lo aseguro.
-Sus nombres. –Dijo levantándose –Quiero los nombres de los principales implicados aparte de ti y Zaykia. –sentenció elevando la voz.
-Ser y Mórfidus. –reveló mirando al suelo, sintiéndose fatal de haber vendido a sus compañeros.
-Nadie más. ¿Seguro?

Murray asintió lentamente, tragando saliva. Emily se dirigió a la puerta y antes de salir le dijo al guardia.

-Llévale para ejecución
-¡¿Qué?! –exclamó Murray asustado -¡No! ¡No por favor! –la puerta se cerró -¡Piedad! –le gritó, aun sabiendo que seguiría ignorándole.

Le recolocaron el hueso, haciendo que volviera a gritar de dolor, y le liberaron. Cayó redondo, acurrucado aguantando como podía las lágrimas. Ya no tendría que preocuparse de si volvía a enamorarse o del dolor de recordar lo que había perdido. Todo estaba a punto de acabar para él.

Le levantaron y arrastraron de nuevo por el pasillo hasta otra puerta. Esta vez ponía: para luchadores retirados. “Menudo humor” pensó antes de que le tiraran dentro de la habitación. Blanca e iluminada desde lo que parecía de todas partes, tenía un banco que iba por toda la pared. Murray no proyectaba sombra alguna.

Cuando pudo levantarse del suelo y sentarse, la puerta se abrió de nuevo. Ser y Mórfidus entraron dando tumbos, gritando que a qué venía todo eso. Entonces se percataron de Murray.

-¿Qué pasa aquí? –preguntó Mórfidus

Murray les miró cabizbajo, con la boca abierta, intentando sacar fuerzas para contarlo.

-Lo siento –dijo llevándose las manos a la cabeza.

Ambos le miraron serios. No terminaban de entender qué pasaba.


-¡Eh! Vamos –intentó animarle Ser sentándose a su lado. –Tranquilízate y cuéntanoslo todo.
-Es un poco difícil… -tragó saliva –pero… al menos merecéis saber… que por mi culpa… estáis aquí.



JRS
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