jueves, 6 de febrero de 2014

Homeless. Primer acto INJUSTICIA.(3) Esclavitud.







Cansado.

Estoy muy cansado.

Queda poco para llegar a casa.

Llevo conduciendo mil kilómetros sin descanso y sólo he parado una vez para mear.

No puedo más. A veces pienso que este trabajo va a acabar conmigo.



Todavía recuerdo el día que me contrataron.

Llevaba parado más de dos años.

Era la primera vez que eso me ocurría. Antes siempre tenía trabajo. Era autónomo y con mi camión recorrí todo el continente como transportista.

Todo iba bien, hasta que llegó la puta crisis. Esta jodida crisis. Una palabra que no entiendo, ni siquiera sé bien lo que significa, pero me ha jodido bien.

Me ha jodido a mí, a los míos, a mi mujer, a mi hija, a mi hijo, a mis amigos, a mis padres...Todo se fue al carajo.

Después dos años de penurias, de facturas, de agobios,...tuve que pedir ayuda a mis padres, dos viejos de ochenta años que con su pensión mileurista alimentaban a cinco personas...qué asco, no podía más.

Y entonces llego la "suerte", la "alegría", un nuevo trabajo. Hasta lo celebré. Emocionado le di las gracias al hombre que me contrató. Mi mano tendida apretó la suya en un gesto de agradecimiento sincero. 

Recuerdo su mirada…entonces supuse que mostraba comprensión,…pero era todo lo contrario,…creo que le importaba una mierda...

Yo solamente era uno más, un pez que mordía el anzuelo, un anzuelo que representaba la única comida del mar y había millares de peces.

Al pescador le daba igual cual era el pez que iba a atrapar.

Al principio me resistía a pensar que era así, pero me equivocaba…si no era este pez, ya pescaría otro.

Pero al poco tiempo de empezar ya se encargaba él de recordarme esa idea, esa amenaza:

…"si no lo haces tú, ya habrá otro que lo haga".

Y desde entonces sólo podía aguantar, no tenía escapatoria…todo por un cochino sueldo, un sueldo que llevar a mi familia, a mi casa… un sueldo que hacía parecer  la escasa pensión de mis  viejos  la retirada de un banquero.

 Lo jodido es que ese cochino sueldo hace que mi hija pueda comer y pueda pagar el puto alquiler. Ese es el único objetivo que me queda en mi trabajo ahora...
…sobrevivir...



La carretera solitaria y con pocas luces que se cruzaban en su campo de visión, poco a poco fue dando paso a un paisaje cada vez más iluminado.

Había cruzado el país y estaba muy cansado.  Había hecho ese mismo recorrido otras veces pero nunca había estado tan agotado. Los ojos le pesaban más que nunca, incluso en alguna ocasión se habían cerrado. Sólo había sido un par de veces y ni siquiera un segundo, pero sabía que era muy peligroso.
Lo peor de todo es que no podía parar, tenía que llegar a la hora que su jefe le había impuesto. Por ello prefirió aguantar el cansancio y así no tener que escuchar broncas, gritos o amenazas.

No soportaba los gritos. A pesar de su aspecto de chico duro, en el fondo no aguantaba las situaciones tensas. No sabía lo que le ocurría pero en esos momentos, se ponía excesivamente nervioso. Un hormigueo le recorría todo el cuerpo y empezaba a sudar de forma exagerada. Siempre le había ocurrido así, por lo que prefería callar antes que tener que vivir ese tipo de situaciones.

Por fin el viaje estaba acercándose a su destino, aunque los últimos kilómetros se le estaban haciendo eternos.

Sólo quería llegar. Ni siquiera prestaba atención a las voces que salían de la radio. Siempre la llevaba puesta, era su mejor y única amiga cuando conducía. Escuchaba de todo, noticias, música, deportes…, pero desde hacía media hora no le prestaba atención, sólo quería llegar a casa.

Ya se acercaban las luces blanquecinas de los polígonos. El camión llegaba a su destino. Después de muchas horas al volante, tras un largo viaje, por fin podría descansar.

Aparcó. 

Bajó del vehículo y se dirigió a la oficina para entregar el parte de trabajo. Abrió la puerta y saludó a Alicia, la hija-secretaria que intentaba organizar todos los transportes. Parecía cansada. Pero esto no le extrañó a Juan.

“Este hijo de puta, explota hasta su familia”, pensó.

Pero la verdad es que estaba tan cansado que casi no intercambió palabra con ella. Simplemente le entregó el parte, la miró y bastó una ligera sonrisa como despedida.

- Descansa, que la paliza ha sido grande, dijo la muchacha. Dale un beso a tu mujer y a los pequeños de mi parte. Nos vemos mañana Juan.

Alicia siempre era amable con todos, conocía la situación e intentaba que fuera lo más agradable posible para que el personal se sintiera a gusto.

Pero el ambiente amable y relajado duró poco. Sólo el tiempo que tardó el dueño en entrar en el despacho.

- ¿Qué es eso de hasta mañana?

- Juan acaba de llegar, papá. Ha hecho mil kilómetros, no puedes mandarle otra vez fuera.

- ¿No? ¿Y entonces quien lo hará? Es el único que está aquí y el pedido hay que entregarlo, así que ya sabes Juanito. Te tocó.

- Pero jefe, tengo que dormir...

- Venga ya, no me jodas, ya dormirás cuando vengas, son sólo doscientos  kilómetros, es aquí al lado. Cuando llegues entregas la carga y te echas a dormir en el camión. ¡Esto es lo que hay!
Como siempre ocurría el tono de su voz iba en aumento. Al final siempre acababa con una amenaza.

- ¡Siempre igual joder!, continuó, ¡a joderse!  ¡Parece que soy el único que se interesa por el negocio, ustedes os dedicáis a conducir y a poner la mano a fin de mes! ¡Pues a joderse! ¡Me tenéis harto todos!...

… ¡ya sabes Juan, o lo haces o a la puta calle! 

Una voz, un portazo y se acabó. Siempre igual.

Juan miró a Alicia y cogió el nuevo parte.

- ¿Qué camión me llevo?

- El tres, contestó Alicia.


- Tomo un café y me voy. 



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