martes, 4 de febrero de 2014

Homeless. Primer acto INJUSTICIA. (2) Soledad.

Dibujo: Jose Ignacio Caramés
soledad










Frío.

Es lo único que siento.



No tengo hambre, tampoco sueño. Únicamente  frío. Jamás pensé que doliera tanto.

No recuerdo ni siquiera donde estoy. Me duele, incluso, al abrir los ojos.

No quiero dormir…pero los ojos no se abren.


Borracho.

Es la palabra que más recuerdo en mi vida.

Es verdad que ha sido mi refugio, pero ahora no estoy bebido.

Simplemente no puedo abrir los ojos. Me duele todo el cuerpo. Noto miles de  alfileres que se me clavan por todos lados.

Gritos, sólo escucho gritos.

 Intento abrir los ojos,…sólo un poco…luces lejanas…

Gritos, y más gritos…

La noche ya ha llegado a la ciudad. Un manto negro  poco a poco cubre todo su cuerpo. Los últimos rayos de sol han sido sustituidos por las luces amarillentas de los focos y lámparas.

Se ve poco, pero aun así, una imagen resalta sobre todas:

Un hombre sentado en el suelo apoyando su espalda sobre la pared de la entrada de un hospital.

-      Acaban de sacarlo– le comenta un hombre de aspecto envejecido a otro aparentemente algo más joven. Están fumando un cigarro  en la salida de urgencias  – Yo he visto cómo un celador lo acompañaba hasta aquí, después el hombre se ha sentado en el suelo.
-      Estará borracho, estos están siempre igual- le respondía el otro fumador.
-      Sí, pero de todas formas este hombre no está para dejarlo en la calle….
-      ¿Y qué van a hacer con él? Estos están hasta arriba y no tienen tiempo para atender a borrachos…

Su interlocutor no responde, solo un ligero movimiento de hombros varía su figura encogiéndola un poco.

 Los dos hombres apagan sus cigarros y entran en el hospital.

Tampoco la imagen que ahora queda es tan extraña:

Una ciudad que se apaga. El frío y la oscuridad  lo inundan todo lentamente. La puerta de urgencias de un hospital con algunas personas en su entrada, cansadas y disgustadas por estar allí…

…y un vagabundo, sentado en el suelo y apoyado en la pared a pocos metros de la puerta…

No tiene rostro, sólo una barba y unos ojos cerrados se dejan ver debajo de un sombrero negro. Un abrigo largo, oscuro, roto y sucio completa el retrato del indigente.

Nadie se acerca, ni él mismo está ya allí…

Minutos más tarde,  dos celadores salen de la puerta y se acercan al vagabundo…

-      Señor, le dice uno de ellos… Señor – insiste – vamos a trasladarlo al albergue…

-      Manuel, ya viene la ambulancia…-le indica su compañero.

-      No lo entiendo, este hombre no está para sacarlo de aquí…

-      Y tú qué sabes –le espetó el otro- no sabía yo que ahora eras médico.

-      No me jodas, Paco, no hace falta ser médico para saber esto, si ni siquiera responde cuando le hablamos…

-      Porque está borracho, ¿no lo ves?

La ambulancia llega a la entrada del hospital. El conductor se baja y sin saludar abre la puerta de atrás del vehículo.

-      ¡Otro vagabundo borracho, vaya semana que llevo! Es llegar el invierno y caen como pajaritos – dice el conductor

-      Qué lástima de homeless – susurra Manuel.

-      ¿Qué has dicho? – le pregunta sorprendido Paco.

-      Homeless…sin techo…personas sin hogar…

-      Jajaja – grita Paco – ahora el niño se me pone fino…tú sabrás mucho inglés y alemán…y tendrás muchas carreras…pero al final tienes que dar gracias a Dios por tener este trabajito. Así que déjate de “jomelis” y vamos a meter a éste en la ambulancia…

Los dos celadores levantan con cuidado al vagabundo. De repente un olor nauseabundo embarga todo el aire que respiran…- joder, que asco – dice Paco – tápate la boca Manuel, que vamos a vomitar…

A duras penas consiguen colocarlo en la camilla y meterlo en la ambulancia…

-      Ahora me toca a mí fastidiarme con esta peste, así no podré ni conducir…vaya leches… ¿alguno de ustedes me acompaña?

-      Yo, responde Manuel…

-      Anda sí…-ve con él- y de paso le enseñas inglés por el camino…jajaja - le vuelve a gritar Paco a su compañero

Manuel le responde con una mirada que a punto estuvo de convertirse en un  rayo y fulminar al celador… la verdad es que no hacen falta palabras para mostrarle al imbécil de su compañero  lo que quería decirle.

- Joder, no te enfades…parece que es tu hermano. Vas a tener que tomarte estas cosas de otra forma porque este es el día a día de un hospital- le comentó Paco sorprendido por la “respuesta” de Manuel.

Pero su compañero sigue sin responderle. Lo único que hace es montar en la ambulancia.

El conductor cierra la puerta de atrás no sin antes advertirle con un gesto a Manuel sobre el mal olor que tendrá que aguantar. Después se sube en su asiento y arranca el motor.

-      Pronto llegaremos, el albergue no está lejos.

Paco espera que la ambulancia se aleje del hospital para entrar en Urgencias. Todavía se sigue riendo de su broma:

-      El profesor...tanto estudiar y acaba como yo que no he cogido un libro en mi vida…no sé qué se creen estos niñatos… qué pardillo.

La ciudad volvió al silencio. Pero hay un pensamiento que es capaz de romper esa muralla. Lo triste es que nadie lo puede escuchar:



“…Me duele todo el cuerpo…siento un movimiento continuo… una figura está cerca de mí…es cálida”.

“Cierro los ojos…ahora es cuando veo, ¿qué me ocurre? ¿Qué hago yo aquí?”

“¿Quiénes son esas figuras?…Es mi mujer, me habla, se enfada, me grita…llora, todos lloran…”

Solo el grito de la ambulancia se escucha en el manto oscuro que tapa la ciudad…

“…grita, grita, grita…”







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