lunes, 14 de abril de 2014

Shinkalia II - Capítulo 1

La nave de prisioneros ya estaba cerca de la órbita de Shinkalia II.  A punto de lanzar las cápsulas llenas de comida, recursos y más prisioneros que meter en este planeta-prisión árido y hostil. Normalmente abunda el lanzamiento de comida para que llegue a todo el planeta, pero últimamente también hay una gran cantidad de nuevos prisioneros. La mayoría son humanos, pero siempre hay excepciones. En el planeta estaban deseosos de que llegara la comida para sobrevivir unas semanas más, o al menos no morir de hambre. Desde la nave se ordena el lanzamiento de las centenares de cápsulas. Todas se lanzan distribuyéndose lo más igualado posible.

Una mujer espera sentada y paciente encima de una colina rocosa.Aunque sabe que no tendrá suerte y que la cápsula que revise no llevará comida, solo estará llena de los típicos hombres que violan a la primera mujer con la que se encuentran. Para sobrevivir en aquel lugar dicen que hace falta sobretodo suerte, pero ella carece de tal cosa y lo compensa con su habilidad. Al menos eso le ha bastado para sobrevivir estos cinco años.

Una de las cápsulas cae no muy lejos. Suspira, se levanta y se dirige hacia ella.Sin esperanza ninguna de encontrar lo que busca.  Llevando su katana enfundada en la mano derecha. Los vientos del árido páramo habían teñido las telas que usaba para cubrirse la cintura y el el pecho, originalmente blancas, ahora marrón claro. Su pelo es negro y está mal cortado debido a tener que cortarlo con la katana y sin ningún espejo que pudiera usar, al menos está corto como ella prefiere. 

Cuando llegó a ver claramente la cápsula, una de las cuatro puertas estaba abriéndose desde dentro. Al llegar a su lado terminó de abrirse para dejar salir a una chica de pelo corto y naranja que se alejó todo lo que pudo antes de ponerse de rodillas y con las manos en el suelo para vomitar. El viaje debió estresarla mucho.

La mujer de pelo negro pudo ver que dentro de la parte por donde había salido también había comida para alimentar a diez hombres durante varias semanas. Era raro y se alegró de que la suerte pudiera ofrecerle algo de vez en cuando, aunque no mostrara otra expresión que su seriedad habitual. Se acercó para coger algo de la comida y largarse. Escuchó otra de las compuertas abrirse de golpe. Lo ignoró y alargó el brazo pero el hombre que acababa de salir la agarró por la muñeca.
-Hola preciosa –le miró de refilón. Su sonrisa le asqueaba.
-Suéltame –estaba preparada para atacar en cualquier momento, pero no quería tener que esforzarse para una basura como aquella.
-Vamos, no seas así –tiró de ella para juntarla a su cuerpo. La rodeó con el otro brazo. Ella perdió la poca paciencia que tenía y le dio un pisotón en el pie. El hombre la soltó y se echó atrás.Aun así, para asegurarse de que no la molestaba más, le golpeó con la funda de la katana en el estómago. Escupió algo de sangré y se quedó de rodillas con la cabeza apoyada en el suelo.


Otro sonido de compuerta abriéndose a la fuerza. Cogió algunas bolsas de comida y se dio media vuelta, para volver al sitio donde suele descansar. El tercero que salió no era humano, sino un Gamalteus  Praces, una especie de insecto de dos metros, verde, delgado, que anda a dos patas y tiene otras cuatro extremidades superiores que le ayudan a saltar, trepar y atacar a sus presas que en el final de dos de ellas tienen forma de cuchilla. Su comida favorita eran los humanos. Era raro que lo hubieran hecho prisionero en vez de matarlo.

El Gamalteus  subió encima de la cápsula y vio al hombre todavía inmovilizado por el dolor, la chica que en ese momento estaba recuperándose y a la figura delgada que se andaba tranquilamente. Dio un gran salto para acabar con la presa que intentaba alejarse y estaba descuidada, las otras dos podían esperar. Pero en medio del salto la mujer giró la cabeza y miró amenazante a sus dos ojos azules como zafiros pulidos. El Gamalteus se detuvo al caer a su lado. Los estudios indican que esa raza tiene el sentido de la supervivencia muy desarrollado y son capaces de saber si pueden sobrevivir a una batalla. Por eso se detuvo con las fauces abiertas, con la cabeza  de la posible víctima dentro. Si no fuera porque no pudo detenerse antes, no habría osado estar tan cerca de poder arrancársela de un bocado.
-¿De verdad quieres hacerlo? –Le dijo sin inmutarse. Su voz mostraba irritación: Primero una basura intentaba convertirla en un juguete y ahora aquél patético insecto la quería de tentempié. Abrió un poco la boca para asegurase de que ni la rozaba y se echó hacia atrás despacio, haciendo una leve reverencia de arrepentimiento. –Parece que tienes más inteligencia que aquella basura de allí –dijo y se dio media vuelta.

El Gamalteus volvió a saltar, pero esta vez para ir a por el hombre que se estaba levantando. Lo único que se escuchó fue un grito de desesperación y terror antes de que el sonido se convirtiera en salpicaduras de sangre y mordiscos. La chica de pelo naranja observó la escena y salió corriendo. Si hubiera sido más silenciosa a lo mejor no habría llamado su atención y habría sobrevivido. 

Al escuchar lo que estaba pasando detrás,se giró y volvió a donde estaba la cápsula. Por un momento que tenía suerte no debía desperdiciarlo y coger toda la comida que podía, no solo una de las bolsas de piel que guardaba comida para una semana. Aunque aún debía quedar alguien dentro, son cuatro prisioneros por cápsula, pensaba que no necesitaría esa comida teniendo en cuenta que probablemente acabe en el estómago del Gamalteus. 

Coge todas las bolsas que puede con las manos y con la boca. Aquellos ojos azules observan los movimientos de la mujer, pensando si habría alguna forma de comérsela también.Pero todo lo que imagina es que acaba muerto a sus manos, así que se rinde y continúa comiendo con gran estrépito los cadáveres que había conseguido. Ella vuelve tranquila, sin prisa, por donde había venido, sin fijarse en la escena que ocurría justo a su derecha y que podía oír perfectamente.

La última compuerta de la cápsula empezó a ser golpeada. El Gamalteus dejó de comer y volvió a subir para esperar a su próxima víctima. A medida que se abría, él se ponía más y más impaciente. Pero dejaron de empujar. El hombre de dentro había visto por la hendidura un poco del Gamalteus, así que decidió esperar.

Finalmente volvió a bajar y se puso delante de la compuerta aún cerrada. Se asomó a la ventanilla circular que tenía, pero solo vio un asiento vacío. Extrañado, volvió a los dos cadáveres para terminar de comer. Sin hacer ruido, la compuerta empezó a abrirse de nuevo. Salió un hombre que portaba un cuchillo, agachado. Sigiloso y cauto, se acercó a aquel ser. Cuando estuvo a suficiente distancia, saltó y atravesó con el cuchillo su delgado cuello. Se alejó un poco cuando el Gamalteus, dolorido, intentaba golpear el aire con sus extremidades superiores. El hombre que le había clavado el cuchillo fue lo último que vio.

Era un hombre de pelo largo y oscuro, con el flequillo cubriendo un poco sus ojos. Mirada tranquila. Mide 1'73. Llevaba el uniforme oscuro y ajustado de un prisionero, como los dos cadáveres humanos. Sacó el cuchillo y cogió las dos bolsas de comida que quedaban en la cápsula. Se aseguró de que no había más armas que la que usó y se había encontrado cerca de su asiento.Rezó delante de los  muertos y se fue sin saber a dónde se dirigía.

Cuando llegó la noche, sin hacer ruido ninguno, un gusano gigante se tragó la cápsula y los tres cadáveres. Luego siguió buscando con lo que satisfacer su apetito. Al cabo de algunas horas alcanzó un fuego. Pero no pudo acercarse debido al pequeño dispositivo que emitía unas vibraciones, repeliendo a cualquier criatura de su especie. Durmiendo había tres hombres y una mujer. También estaba de guardia un Scrypxilor: un ser de un metro, ancho, con dos piernas, dos brazos, cinco ojos que rodean su cabeza, sin pelo, un cuello casi imperceptible y un tono de piel muy oscuro que se camufla en la  noche. Uno de los hombres que estaba durmiendo era el recién llegado. Había aceptado unirse a ellos, pero la confianza es un lujo que no se debe permitir nadie en una prisión. El simple hecho de poder hacer lo que quisieran en ese planeta hacía más difícil el poder confiar en su propia seguridad, no solo por aquellos gusanos, sino principalmente por los otros prisioneros.

La mujer acaba de llegar a una cueva en una pequeña montaña. Deja caer las bolsas, ya le empezaba a incomodar tener que llevar una de ellas con la boca. La abre y la cierra, no le duele, pero prefiere asegurarse de estar perfectamente. Deja la katana apoyada en la pared, vuelve a coger las bolsas que acaba de soltar y se sienta junto a las demás provisiones. Comida, todo era comida. Nada de agua. Suspira. Solo le queda agua para tres días y le sobra la comida. Tendrá que ir al pueblo para intercambiar la mitad de las provisiones que encontró por agua que le pueda aguantar más tiempo, dos semanas más como mínimo, si era posible. Aunque ahora solo va a dormir. Salir de noche, con tanta comida encima, sería un fastidio. Atraería gusanos como las flores atraen a los insectos, como un cadáver atrae a los carroñeros… Separa las bolsas que se quedarían en la cueva y de las que se llevaría para intercambiar. Mete también en una mochila agua y comida para dos días, por si acaso, nunca se sabe. Coge una manta y la extiende en el suelo. Se desnuda por completo y después de doblar la cutre vestimenta se acuesta.

El turno de vigilancia del grupo de la hoguera cambiaba cada dos horas hasta que llegó el amanecer. Nada interrumpió su tranquilidad y siguieron rumbo a Skulltrez, el pueblo más cercano de la zona. En una carreta de madera llevan las provisiones encontradas en una de las cápsulas. También había tres prisioneros dentro, pero tuvieron que matarlos. Las órdenes que seguían eran de reclutar a los que podían, pero hay quien no atiende a razones. Pudieron reclutar a aquél hombre que llevaba dos bolsas de provisiones y se habían encontrado vagando por ahí cuando casi llegaba la noche. Le dijeron cómo funcionaban las cosas en su grupo: todos ayudan, nadie es superior a sus compañeros, no hay peleas serias dentro del grupo, no se desobedece al jefe. Si todos seguían esas reglas podían comer y beber sin problema.No se asegura la supervivencia fuera del pueblo. Incluso dentro del pueblo se puede morir, pero siempre habría compañeros para socorrerte. Le decían los nombres de aquellos con los que debía tener cuidado de no cabrear: Xisxos, Bert, Mazox, Zaykia, Torzu, Zomdar… y que si los cabreaba, el grupo no podría protegerle. El poder es lo que se impone en el planeta-prisión. Aunque ellos tienen poder e influencia, no llega a superar el de ciertas personas.

Nada más salir el sol, el sueño de esta mujer desnuda termina. Con calma se cubre con las telas que anoche dobló. Se coloca la mochila en su espalda. Coge con la mano derecha la katana que sigue apoyada en la pared, de pie. Lleva con la mano izquierda las dos bolsas de comida que intercambiará. Sale por la única salida que tiene la cueva y se dirige hacia el pueblo que tiene más cerca, sabiendo que llegará por la tarde.

Al mediodía los del carro llegaron a Skulltrez. Llegaron al edificio que consideraban su base, entrando por la puerta trasera. Por delante está la tienda en la que su jefe o un encargado intercambia las cosas que encuentran. Todos se alegraron de la nueva incorporación, sobre todo el jefe. Se interesaron en qué se dedicaba antes de que le atraparan para saber qué ocupación darle. Al parecer antes era un asesino, empleaba el sigilo y el engaño para acabar con sus víctimas. Estuvo callado y reacio a contar sobre su pasado, pero al conocer a la persona que sería su jefe cambió de opinión. Aquella persona merecía todo su respeto: Gítercol, un famoso mafioso, respetado por sus aliados y enemigos, temido por quien solo conocía sus rumores.

Ella lo odiaba. Odiaba tener que ir al pueblo. Detesta a la gente, detesta toda esa basura inferior a ella. Pero no es estúpida: sabe que necesita relacionarse con algunas personas para sobrevivir. A medida que camina la observan, cuchichean, intentan no mirarla a los ojos. Hay gente que la ve por primera vez y no se cree los rumores. Otros ya la han visto varias veces por el pueblo y no se atreven a acercarse. Entra en el único establecimiento que se digna a entrar. La habitación está vacía, a excepción del encargado que está detrás de la barra. En aquel local podrían entrar perfectamente diez hombres sin estorbarse. El hombre está sentado en un taburete, aunque no se puede ver desde donde está la mujer. Ya está mayor, pero conserva la forma. No lleva ropa de cintura para arriba y se pueden ver sus fuertes músculos con cicatrices. No tiene ni barba ni bigote. Le queda poco para empezar a quedarse calvo, pero por ahora solo tiene el pelo corto y blanco. Cuando ve entrar a la mujer exclama:
-¡Pero bueno! Qué rápido has vuelto. Solo has necesitado una semana. –Tiene una voz grave y amable al mismo tiempo.

Se mantiene callada y cuando llega al mostrador, pone encima las bolsas de comida y su katana.

-Necesito agua y algo de tela o vendas. Dame lo que puedas.
-Enseguida miro lo que tengo. –Observa la bolsa cuando se está girando para ir a la trastienda. –Pero antes déjame que le eche un vistazo a lo que traes.
-Como quieras. –y fue a sentarse a una de las sillas que hay en las paredes.
-Interesante, hay muchas cosas ricas por aquí. Vaya, hacía tiempo que no veía el paté. Casi se me olvida cómo sabe. Parece que tuviste suerte con esa cápsula.

Se cruza de brazos, se recuesta en la silla estirando las piernas una encima de la otra, cierra los ojos y se duerme.

Después de un rato mirando lo que trae de comida, se va a la trastienda. Cuando vuelve lleva dos garrafas de agua y un rollo de vendas blancas. El sonido que hace al dejar caer su peso en el mostrador despierta a la mujer.

-Podrías ser más delicado –dice molesta y algo somnolienta.
-Y tú menos insolente. –sonríe ampliamente.
-Lo que tú digas, viejo.

Entonces entra un hombre muy grande en el establecimiento. Acompañado de dos hombres algo más pequeños que él, pero igual de intimidantes. En la mano derecha del grandullón había una cadena que terminaba en un collar que una mujer llevaba puesto. La esclavitud está y siempre estará por todas partes. 
-Buenas tardes. Me han dicho que aquí puedo conseguir provisiones. Tengo metal. ¿Le vale para intercambiar?
-Por supuesto. –responde el dependiente tranquilamente.

Se acerca al mostrador, ve la katana y acerca su mano libre para cogerla.
-¡Oye! -Salta la mujer, observando desde la silla. -¿Qué te crees que vas a hacer?
-¿Eh? ¿Quién eres tú?
-Eso a ti no te importa. No... toques... mis cosas.

El hombre mira a sus dos subordinados. Los tres se ríen y le da la cadena a uno de ellos. Se acerca a la mujer aún sentada en la silla. Su mirada le estaba molestando mucho y no iba a permitir que una mujer le hablara de esa forma. Alza un poco sus manos, mostrando mejor los guantes de metal que lleva.

-Repite eso. -la amenaza
-¿Eh? ¿Qué te pasa? –entrecierra un poco más los ojos -¿Estás sordo o naciste gilipollas? –contesta con naturalidad, sin inmutar su postura.
-¿Cómo te atreves a decirme eso?
-¡Eh! –salta el dependiente –aquí no se permiten peleas. Si quieres continuar que sea afuera. Por favor, no manches el lugar de sangre. Sabes muy bien que lo detesto y que me cabrea mucho.
-No se preocupe –contestó el grandullón –No será una pelea y le aseguro que no habrá sangre.

Alza hacia atrás el puño derecho mientras sonríe. La mujer cierra los ojos y suspira. Mientras el puño se acercaba abrió de nuevo los ojos, sonríe y alza la mano izquierda. Detiene el puñetazo sin mucho esfuerzo.

-Zaykia –insiste el dependiente.
-Lo sé, lo sé. –dice harta -¿Alguna vez te callarás? –le mira de reojo.
-Quizá si dejaras de provocar estas peleas en mí establecimiento…
-Bueno grandísima basura. –habla dirigiéndose al grandullón mientras se levanta. –si no te importa voy a sacarte para darte la paliza fuera. Si mancho esto de sangre seguro que le tengo que dar un pago extra.

Aparta su brazo, salta y lo agarra del cuello, obligándole a caer de espaldas en su aterrizaje. Lo tira a través de la puerta, consiguiendo que no choque, evitando los destrozos que le habrían ocasionado problemas. Mira a los dos subordinados, que están boquiabiertos. De dos rápidas patadas, una en el estómago del de la derecha y la otra en la cabeza del otro, los deja KO. Sale del establecimiento y se detiene, mirando al hombre que acababa de lanzar como si fuera un palo.

-¡Aaahh! ¿Cómo te atreves? –dice levantándose
-Encima sigues con esos aires –deja de sonreír, cansada –Muere.


En un instante llega a su lado. Salta y pone ambas cabezas a la misma altura, con los pies por encima y el cuerpo totalmente recto. Agarra la mandíbula con una mano y la coronilla con la otra. Sigue girando mientras cae y le rompe el cuello. El último sonido que hizo fue golpe seco del cuerpo sin vida contra el suelo.

Vuelve a entrar en el local. Había dos hombres más, cogiendo lo que llevaban las personas que estaban inconscientes. Cuando entró por la puerta se pusieron nerviosos, ella los ignoró y fue directa al mostrador. El dependiente suspira.

-Maldita cría.
-Estúpido vejestorio. –pone el codo en la madera y apoya la cabeza en su mano.
-Deja ya de matar a todo el que te mire mal. -dice cansado de la actitud de aquella chiquilla
-Que dejen de mirarme. -contestó con aires de superioridad
-El mundo no funciona así.
-Sé perfectamente cómo funciona.
-Pues no lo parece. -termina diciendo ya cansado de conversar con alguien incapaz de atender a razones.

El único ruido que había era el registro de las pertenencias de los dos hombres inconscientes. La mujer, de unos treinta y nueve, pelo largo y oscuro. Seguía quieta, temerosa de lo que podría ocurrirle a continuación. Zaykia se fija en ella, sonríe.

-Zaykia –vuelve a hablar el dependiente. Ella lo mira de reojo. –Libérala
-¿Qué? –se incorpora, indignada -¿Por qué?
-Es tu pago por el escándalo. 


le mira hecha una furia, apretando los dientes.

-¡Arg! ¡Está bien!

Coge la katana con la mano izquierda y se dirige a la mujer.

-¡Levanta! -ordena irritada

Obedece enseguida. Zaykia se inclina, agarrando la funda con la mano izquierda y el mango por la derecha. Se paralizó del miedo, iba a atacarla. Al segundo siguiente estaba delante de la mujer, de espaldas, volviendo a poner la katana en su funda. La había rodeado, dando tres tajos al collar. Se calló del cuello y Zaykia terminó de guardar la hoja. Entonces el nuevo entró por la puerta de la trastienda para ayudar a llevar las cosas que estaban cogiendo de las personas inconscientes.

-¿Qué? Viejo ¿contento? –Asiente con una sonrisa amigable y tranquila.
-Oye –salta el recién llegado -¿Cómo  te atreves a hablarle de esa forma? Muestra respeto ¿No sabes quién es?

Zaykia le mira un momento de arriba a abajo. Empieza a andar hacia él y el dependiente se interpone rápidamente. Su cuerpo de 1'80 tapaba por completo la visión de Zaykia, que medía 1'69.

-¡Hey! ¡Hey! Tranquila. Discúlpale, es un novato. Acaba de llegar del último lanzamiento.
-Me está provocando. –se inclina a la izquierda para mirarle y el dependiente la imita, evitando el contacto visual.
-Déjalo. Dale una segunda oportunidad.
-Jefe. No necesito ninguna segunda oportunidad.
-¿Ves? Es otro que quiere morir. Deja que complazca su deseo.
-Murray, no estás ayudando nada. Zaykia, es de los míos y sabes qué ocurre si lo matas. 
–declaró saliéndose de su tono de voz amable

Mientras Zaykia recapacita, Murray se queda estupefacto. ¿Aquella mujer era Zaykia? Antes de llegar al planeta-prisión había oído hablar de ella, de todo lo que hizo. No podía creer que fuera una mujer, que además pareciera tan débil a primera vista.

-Está bien –cede –dame mis cosas y me largaré. Esta vez no me quedaré a dormir.
-Gracias
-Claro. –responde de mala gana -Necesito matar algo… o sexo. Así que provocaré un rato a los gusanos. –sonríe y coge sus cosas.
-Que te diviertas –es lo que dice al ver irse a Zaykia.-Ya sabéis lo que tenéis que hacer con la chica. Murray, ven conmigo. Hablemos.

Se fueron a la habitación privada del jefe.
-Lo siento… Gítercol… Señor
-¿Por qué viene aquí?
-Negocios, chico. Ella será muchas cosas, pero estúpida no es una de ellas. Aunque desde que supo quién soy ha estado probando mi paciencia… y yo no cedo. Debes ser calmado, no des motivos. Si hacemos algo o dejamos que nos hagan algo es por una razón. ¿Entendido?
-Si, señor. Por cierto…
-¿Si?
-Mira chico. -habló con su voz calmada al mismo tiempo que autoritaria -Llevamos en este páramo mucho tiempo. No hay lugar donde esconderse si cabreas a la persona equivocada. Esta vez he conseguido que no te mate, pero no vuelvas a provocar a nadie… y mucho menos si no sabes su nombre.

-¿Son ciertos los rumores sobre Zaykia?
-¿Cuáles? ¿Los de antes o los que han surgido aquí?
-Yo conozco los de antes.
-Hay tantos que es una tontería hablar de ellos. Pero su personalidad es lo peor: Es fuerte, orgullosa, se cabrea con facilidad, hace lo que le da la gana, no soporta que toquen sus cosas, solo se preocupa de sí misma, es cruel, sádica y no se sacia con facilidad… Probablemente sean esos los rumores que querías confirmar.
-Así es… Intentaré evitarla
-Me alegra oír eso. Ahora de vuelta al trabajo, con un poco de suerte esa mujer se unirá a nosotros.


Llega la noche. Que el pueblo esté construido sobre roca maciza evita que los gusanos entren. Nadie tiene que preocuparse por ellos. En el local de Gítercol celebran por los cuatro nuevos miembros. Los subordinados del hombre que mató Zaykia no dudaron en aceptar cuando se lo propusieron. La mujer fue más difícil de convencer, pero no imposible. Todos agradecieron que Zaykia no se quedara a dormir y rezaban para que un gusano se la comiese. Obviamente solo era un sueño inútil. La posibilidad de que Zaykia muriese por un gusano era la misma de que el gobierno decidiera liberarlos a todos. Soñar es gratis y no requiere esfuerzos.


JRS
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